Capitulo 33

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Bianca Benedetti.

Desde que he tenido memoria, he vivido aquí. Ha sido mi casa, mi hogar, el hogar de mi familia. Observo el pasillo de las escaleras, y un deja vú asqueroso vuelve a aparecer. El mismo que ha aparecido cada vez que camino por aquí. Los mismos recuerdos espantosos que atormentaron mis sueños durante mucho tiempo, y contra los que actualmente lucho. Aprieto los párpados con fuerza, y camino en dirección a mi habitación. En menos de un año, mi vida ha cambiado de manera drástica. Mi aburrida vida se manchó de sangre, y dolor, y lo único que faltaba para completar la radicalidad del cambio, era tener que dejar mi casa.

Sin embargo, entre más lo pienso, más me convenzo de lo absolutamente necesario que es. Cada rincón de esta casa contiene un recuerdo de mi infancia, de esa infancia bonita que recuerdo, y con la cuál quiero recordar a mis padres. La cocina donde mamá hacia pasteles, y lasaña. La piscina donde jugaba con Beatrice hasta resfriarnos, la sala donde jugaba muñecas con papá hasta altas horas de la noche... pero todo ha cambiado. Ya no soy esa niña que jugaba con muñecas, y ahora todos mis buenos recuerdos se han salpicado de sangre. Ni siquiera puedo pasar por las escaleras sin recordar el sonido del disparo retumbando en la casa.

Suspiro, y entro a mi habitación para terminar de cerrar la pequeña maleta que hice con documentos y artículos personales. Franco dijo que probablemente la marina nos asignara un nuevo domicilio como método de protección, por lo que era mejor estar preparados. Pongo encima de la maleta el cuadro con una foto de mi familia, para no olvidarlo. Mi mamá sale sonriendo enormemente, mientras mi papá le da un beso en la mejilla. Beatrice está al lado de ella sonriendo, y yo salgo del otro lado sacando la lengua.

Solía pensar que mi familia era perfecta, el matrimonio ideal, creía. Tal vez había vivido encerrada en una burbuja, sin comprender como funcionaban las cosas realmente, y por eso no había visto que mi familia no era tan perfecta como yo pensaba. Ahora, cada vez que veo una foto de mis padres, solo puedo pensar en qué mi papá tenía otra familia. No sé si mamá no lo amó lo suficiente, o si realmente tenía motivos para hacer lo que hizo, lo único que tengo presente es que no le éramos suficientes...

—¿Todo bien, señorita?

La voz de Franco interrumpe mis pensamientos, y me obligo a sonreír al encontrarlo bajo el marco de la puerta.

—Por supuesto. Tengo todo listo.— él entra y toma mi pequeña maleta, y se gira para salir, pero lo detengo— Franco.— él vuelve a mirarme— Gracias por todo...— susurro. De pronto, siento que quiero llorar, y tengo la necesidad de decirle lo agradecida que estoy con él por cuidarme— por los videojuegos, la cocina, mis majaderías... no pudieron asignar a una mejor persona que tú, para cuidarme.

—Señorita,— me detiene— no le va a pasar nada, así que no actúe como si fuera una despedida.

Me muerdo el labio inferior, y tengo que respirar profundo para tratar de aminorar la pesadez en mi pecho. No estoy segura si es por qué me iré de acá, o por qué es exactamente, pero desde que amaneció, he sentido una pesadez en el pecho, casi paralizante, y quiero mantenerme positiva como hasta ayer, pero no puedo. De verdad, no puedo.

—Sí, lo sé. Solo quería... que supieras que valoro mucho lo que haces.

Él sonríe, y creo que podría contar las veces que lo he visto sonreír de esa manera.

—Yo... yo también creo que no me hubieran podido asignar una mejor persona para cuidar que usted.

Algo parecido a una risa sale de mí— Franco, cuando salgamos de esto, en serio vas a tener que dejar de hablarme de usted.

Él se ríe, y menea la cabeza— No podría.

Sus ojos se mantienen en mí durante unos segundos, y le sostengo la mirada. No puedo evitar reírme, cuando el silencio llena la habitación, pero él se mantiene sonriendo. Entonces, un guardia entra, llamando la atención de Franco.

Rastros de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora