CAPITULO 38

11K 639 923
                                    

EL INICIO

París 1475

LUGUR

Moví con fuerza mis caderas, penetrando al hombre que estaba inclinado sobre la cama, mientras él le chupaba su vagina, a la mujer que estaba acostada y se apretaba los pechos.

Le solté fuertes azotes al tipo, mientras embestía con dureza su ano. Apreté sus nalgas y dejé que siguiera haciéndole un oral a la chica que estaba recostada. La mujer comenzó a gemir alto y el hombre jadeaba, al mismo tiempo que el sudor nos empapaba y mis bolas se tensaron, avisándome que me vendría.

Tomé del cabello al chico y empujé su cara en la entrepierna de la mujer, llenándolo de mí y cada gota de mi semen, terminó dentro.

Pasé saliva y los esposos, llegaron a un orgasmo que los hizo desplomarse igual. Yo empecé a vestirme.

—Eso... nunca lo... habíamos hecho—dijo la mujer, cansada.

—¿Se puede volver a repetir? —me sonrió el marido.

—No repetía en el infierno, no repetiría en la tierra.

Me terminé de cambiar, abroché mis gemelos, me fajé la camisa blanca y los pantalones cafés los planché con las manos, me desordené un poco mi oscuro cabello y me puse mis anillos de oro, que había comprado el día de ayer.

—Un placer para ustedes el haberse acostado conmigo, buenas noches.

Salí de la casa estúpidamente pequeña y abrí mis brazos cuando Julia salto sobre mí, enrollando sus piernas alrededor de mi cadera. Me sujetó de la nuca y pegó sus labios a los míos de la manera más provocativa posible.

El gran vestido era un estorbo, que no me dejaba tocar lo que me apetecía. Por lo que le toqué sus glúteos y los apreté con fuerza, apretujándola a mí.

—¿Qué tal el trío? —tenía la respiración agitada.

—Ridículo, porque no estabas tú—le mordí su labio inferior.

—Me pudiste invitar.

—Me gusta compartirte, pero ellos lo decidieron así—acerqué mi boca a su oreja—Pero tengo unas inmensas ganas de darte tan duro contra mi mesita de noche, que mis hermanos se preguntaran quienes hacen tanto ruido.

Cuando me separé de ella, tenía una sonrisita en su cara. Que ganas de tirármela me daban.

—Vayamos a casa y te enseñare la linda lencería que me puse para ti.

Le regresé la sonrisa y ambos nos encaminamos al carruaje.

Era nuestra primera vez en la tierra, después de tantos años en el infierno, podíamos estar aquí.

Era nuestro tercer día en París y no podía estar más fascinado. Darme a Julia en todos los lugares posibles era genial, además de las riquezas que podíamos tener era todo lo que necesitaba para que fuera perfecto.

La senté en mi regazo y comencé a besar su escote, no podía resistirme al ver sus pechos tan grandes y querer meterlos en mi boca.

Mañana iríamos a una fiesta, llegaría la princesa del reino y gracias a todas las riquezas que portábamos, habíamos sido invitados. Mis hermanos no parecían nada contentos con eso, no les gustaba los eventos en público y grandes, yo solo pensaba en cuantas vaginas metería mi pene y daría placer. Aunque la única excepción de mis repeticiones, era Julia.

El carruaje se estacionó en frente del palacio donde nos quedábamos, no íbamos a estar en una choza cualquiera y dejar que se nos pegara alguna pulga y arruinara nuestras vacaciones.

LOS 7 PECADOS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora