𝓝𝓲𝓷̃𝓮𝔃

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〘 Thomas Holland 〙

Quince años atrás

—𖥸—

—No, joven Thomas, preste atención —nuevamente mi tutor parecía perder la paciencia con mis clases.

Pero no era mi culpa, las clases eran absurdas y horribles y no me gustaban. Además, desde el desayuno que había sido a las siete hasta ahora que eran las doce no me había levantado ni a estirar las piernas. Ya estaba aburrido de las clases.

— ¿Podemos descansar un momento, señor Jackson? Me duele la cabeza con las matemáticas.

No terminé de pedirlo cuando escuchamos la puerta de la sala abrirse a lo que volteamos ambos. En la entrada se miraba la enorme silueta de papá y tenía la cara seria mirándome.

— ¿Quieres repetirlo de nuevo? —me preguntó con un tono calmado de voz.

Y si algo había aprendido era que cuando usaba ese tono era porque yo estaba en problemas.

No me atreví a hablar. La presencia de papá me hacía sentir más pequeño de lo que ya era a su lado.

—Lo siento —fue todo lo que dije a murmuro pero él lo escuchó.

—Y además de flojo, maricón —exclamó—, Charles, largo de aquí —ordenó a mi tutor.

—Pe-pero la lección de matemáticas no la hemos terminado, señor...

—He dicho —repitió con un tono amenazante—, Charles, largo de aquí.

Todos tenían miedo de mi padre, incluso el señor jefe de policía parecía un ciervo miedoso al verlo pasar.

El señor Jackson rápidamente levantó sus cosas y las metió en su maletín antes de salir casi corriendo. Yo me iba a levantar igual pero la grande y pesada mano de mi papá me tomó de un hombro con brusquedad para sentarme.

— ¿Dónde carajo está Henrietta? —me preguntó antes de sentarse en el lugar del señor Jackson.

—Mamá le pidió que la acompañara a hacer las compras porque llevaría a mis hermanos.

—Y tú aprovechas para ser un holgazán con lo que debes hacer ¿No? —tomó la regla de metal que estaba entre mis útiles.

Me tensé, en especial porque cuando tomaba algo entre sus manos era pala golpearme con ello. Incluso ya tenía hasta mis favoritos porque dolían menos como el cinturón o cualquier cosa de madera delgada porque se rompía rápido.

Ya no sabía si era peor contestarle o quedarme callado, así que simplemente bajé la cabeza para no verlo y por el momento parecía que iba a funcionar hasta que sentí un golpe con su mano en mi cabeza.

— ¿Y qué esperas?, ¿Que viendo como idiota el libro se haga tu tarea sola? —esta vez subió la voz—, ¡Termina!

Rápidamente tomé el lápiz y comencé a hacer mis ejercicios de matemáticas. Y más me valía hacer todo bien si no quería que me golpeara por cada vez que hacía las cosas mal. Mi padre era la persona menos paciente al momento de estar con Sam, Harry o conmigo. Así que siempre tratamos de hacer las cosas como a él le gustaban: perfectas desde el principio.

Pasé cinco minutos sin golpes ni gritos y eso ya parecía una victoria enorme. Cuando terminé, lo dejé mirar lo que había hecho, al parecer tampoco lo había hecho mal así que soltó la regla y cerró el libro antes de verme cara a cara.

Lo siguiente fue sentir una bofetada de parte suya antes de agarrar mi cara del mentón para obligarme a verlo.

—No quiero oírte de nuevo quejándote por hacer lo que te toca, Stanley —sentí mis lágrimas a nada de salir y me gritó—. ¡No llores, no te atrevas a llorar, no seas un maricón! Llorar es para las señoritas y tú no eres una puta señorita, así que no pienses siquiera en llorar o te voy a dar una muy buena razón para que lo hagas, cabrón.

𝓜𝓪𝓯𝓲𝓪 (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora