𝓤𝓷𝓪 𝓬𝓮𝓷𝓪 𝓬𝓸𝓷 𝓐́𝓵𝓿𝓪𝓻𝓸

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Thomas Holland

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Por la noche estábamos en nuestra alcoba preparándonos para salir a casa de los Downey para la cena a la cual nos habían invitado. Miré a mi esposa, llevaba puesta una falda negra con botines del mismo color, una camisa blanca y un suéter rojo con botones blancos en forma de corazón, se dejó el cabello suelto y se puso unos pendientes en conjunto con un collar.

Supongo que mi mirada fue muy obvia porque la miré voltear para verme con una sonrisa confundida en su rostro.

— ¿Y qué te parece? —Me preguntó dando una vuelta para dejarme ver mejor su ropa escogida.

—Te ves preciosa —aseguré en lo que acababa de vestirme—, tan preciosa como siempre. No tengo otra palabra para describirte.

Terminé de atar mis zapatos y me miré un momento al espejo para asegurarme que la ropa se me viera bien. Había optado por unos pantalones de vestir en color gris obscuro, una camisa blanca y encima un suéter de una pieza color negro.

Mientras mi mirada estaba atenta en el espejo pude ver a mi esposa acercarse a mi lado para recargar su cabeza sobre mi brazo, la imagen frente al espejo me hizo verla a los ojos en lo que ella permanecía con una sonrisa sobre sus labios.

— ¿Qué ocurre? —Le pregunté, su respuesta fue negar con la cabeza y después voltear a verme.

Hice lo mismo, giré mi cabeza adonde estaba para verla a los ojos. Su siguiente acción fue ponerse de puntitas para acercarse a mis labios y besarme de una manera casi fugaz.

— ¿James nos llevará hoy?

—Sí, ya debe estar en el coche esperándonos. ¿No te hace falta nada, muñeca?

—No, ya lo tengo todo —la vi tomar el bolso, le abrí la puerta y esperé a que saliera para yo hacerlo después pero se detuvo—. Ahora que lo pienso, sí me falta algo.

— ¿Qué se te olvida?

La vi señalar con su índice sus labios y su mirada seguía sobre mí casi como si me estuviera pidiendo un favor. Yo lo entendí, no necesitaba que dijera una sola palabra, la tomé de las mejillas y procedí a juntar nuestros labios por unos segundos sin hacer movimiento alguno, me separé unos centímetros y le di otro par de besos fugaces antes de separarme por completo.

— ¿Ya está?

—Mucho mejor, gracias.

¡Era imposible no querer tomarla de las mejillas y besarla hasta que mis labios me dolieran!

La tomé de la mano para bajar las escaleras juntos. Fuimos a la entrada principal de casa y ya estaba el coche listo para irnos, le abrí la puerta a mi esposa para que subiera antes de entrar yo también.

𝓜𝓪𝓯𝓲𝓪 (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora