La Guardia

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El sol comenzaba a salir y mis manos estaban entumecidas del frío. Cabalgamos tango que los caballos ya no respondían cuando les ordenábamos ir más rápido. Nos habíamos detenido por momentos cuando cruzamos un pequeño río, cuando nos topamos con una casa en mitad del bosque que nos aterró lo suficiente como para decidir seguir, incluso paramos un par de veces simplemente para observar la salida del sol, entonces decidimos detenernos horas después cuando poché casi se cae del caballo. Habíamos parado junto a la entrada de la siguiente ciudad ciudad que desconocíamos. Murallas gigantes con partes destruidas rodeaban la ciudad. Los árboles también. Johan pensaba que podía ubicar dónde estábamos y dónde podría estar la universidad, él quería seguir. Johan estaba tenso, daba órdenes y no aceptaba las de nadie más, si no fuera mi hermano estaría tranquila de que nos dirigiera, pero Johan estaba asustado y por eso intentaba mantener el control. Habían carros militares antiguos y muchísimos carros ordinarios en la calle que se disipaba entre los árboles.  Unos carros intentaron atravesar las gruesas paredes que rodeaban la ciudad y terminaron amontonados, se notaba que todo aquí fue un caos. Los esqueletos que rodeaban el suelo me daban la idea de que tal vez esto fue lo último que sucedió en esta ciudad. 

Yo estaba sentada adentro de la parte trasera de los camiones militares, tenían una carpa verde oscura con un par de agujeros que dejaban notar lo fuerte que estaba el sol y el viento que se colaba también. Seguramente usaban este vehículo para acarrear soldados.Poché estaba recostada. Sus ojos se hincharon aún más después y también se tornaron de diferentes colores entre el rojo y el morado por lo que ella prefería tenerlos cerrados, su labio estaba partido, hinchado. Su abdomen al contrario parecía haber soportado los golpes, ella no estaba acostumbrada a que le pegaran en el rostro pero sí en cualquier otra parte del cuerpo. Ella comenzó a reír con expresión de dolor.

—¿Qué? —La miré confundida. Con un trapo y desinfectante que compramos en el campamento intentaba limpiar algunas heridas que tenía en los costados del rostro. Ella hacía muecas de dolor y a veces me pedía que parara. Cuando terminé comencé a cubrirla.

—¿Estoy tan linda como creo? —Me preguntó. Le sonreí y colgué con delicadeza mi mano en su antebrazo, con cuidado se lo levanté y se lo coloqué en el abdomen. Con mi otra mano acaricié delicadamente su rostro comenzando con su frente, repasando sus cejas, sus ojos estaban cerrados, cuando pasé por su nariz sus ojos se cerraron un poco más fuertes pero no hizo nada para que dejara de hacerlo hasta que toqué su labio partido. Hizo un sonido de queja y me disculpé. No fue hasta que ella abrió un ojo como si fuera rendija que empecé a llorar, no podía ni abrir bien los ojos. 

Y todo por mi culpa. 

—No, no llores. —Habló, ella intentaba no abrir mucho la mandíbula al hablar. —En tres días solo tendré un par de marcas y hasta te parecerá sexy. —Dijo intentando hacerme reír. Apreté los labios. Ella quería distraerse.

—¿A caso te metes en este tipo de situaciones porque sabes que voy a curarte, quieres llamar mi atención? —Pregunté intentando seguirle la broma. No quería que se desanimara. Ella hizo una mueca intentando sonreír. 

—¿Qué no sabías? —Me contestó. Había terminado de colocarle vendas en los brazos, se había hecho heridas al caer del caballo, también coloqué un vendaje arriba del costado de su ceja. Mi corazón se aliviaba de que sus cejas hayan salido ilesas, cosa que me hizo odiarme un poco. —¿Qué pasa? —

—Sé que es tu mamá, pero quiero matarla. —Le dije con sinceridad. Ella se rió. 

—Qué cambio tan repentino de la doctora. —

—De verdad, voy a ayudarte a estar lo más lejos posible de ella, una vez estemos con mi hermana ella no podrá hacernos daño. —Le prometí.

Don't Lie [Caché]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora