El Poder

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—¿Y Jarkov? —Le pregunté a la madre de Poché una vez entré a su oficina/habitación. Ella estaba sentada en su silla de ejecutivo, levantó la mano y la movió haciéndolo de menos.

—No era necesario. —Me dijo.

—¿Y cuándo sí? —Le pregunté y ella pareció sonreír. Sentí una pequeña espina en el corazón. 

—Ellos tienen poder, Daniela. —Me dijo la presidenta. Tenía unas hojas y fotografías encima del escritorio, yo estaba del otro lado del escritorio por lo que no podía verlo. —Y nosotros te tenemos a ti, no pueden tomarlo porque eso significaría gastar recursos y ellos quieren enfocarse en destruir al gobierno, acércate. —Me levanté de la silla y rodeé el escritorio, ella había conseguido fotografías de la región de las luciérnagas antes de la infección. —Mira, ¿Ves esto? —Me mostró una imagen satelital de la región de las luciérnagas. Habían muchos edificios. —Así era el lugar antes de el brote. —Luego señaló una parte de la bahía, había como un aeropuerto, pero era pequeño y no parecía comercial. —Aquí estaba el aeropuerto militar, también llegaban barcos. —Hizo un círculo con su dedo sobre esa área. —Llegaban muchas provisiones que enviaban los países que querían ayudarnos, cosas con qué defendernos y así pero el presidente estaba en contra de esto, decía que sería mejor que nos abrieran las puertas de sus países para alejar a las personas sanas de aquí. —Entonces me miró con esa intensidad que tenía igual a Poché cuando me hablaba de algo importante. —Yo hubiera hecho lo mismo que los países que nos prohibieron la entrada, creo que el único país que quedó en pie sin infectados por años fue Nueva Zelanda, la presidenta de ese país es una mujer que toma las decisiones con cabeza fría y es muy lista, pero esa historia está para otro día en el que tengamos tiempo. —Luego señaló una parte de la ciudad. —Aquí está infestado de infectados. —Me señaló otro lado. —Y aquí también. —Y finalmente señaló otro lado del mapa. —Y aquí también, ¿Sabes qué tienen en común? —Yo sigo revisando el mapa, observé que eran las partes más húmedas de la región, una estaba cerca de un lago y las otras tenían cerca ríos. 

—La humedad. —Dije con seguridad. La presidenta aplaudió una vez con emoción.

—¡Sí! —Movió un poco el mapa. —Y por esa razón es complicado llegar a la sede de las luciérnagas, porque nadie entrará por este lado porque hay hordas de miles y miles de infectados. —Señalaba las partes y yo prestaba atención. —Entonces las luciérnagas colocan a personas estratégicamente en estos lugares para que adviertan, imagino yo que por medio de radios, si alguien está pasando hacia su ciudad, si no están autorizados los interrogan y si notan que son militares los asesinan al instante. —Yo fruncía el ceño pensado en que mi hermana debería bajar sus defensas un poco. —Y por eso necesitamos que tu hermana nos deje entrar, para que no tengamos que cruzar estas partes llenas de infestados. —Volvió a señalar.

—¿Ya te contactó? —Pregunté. Ella negó. 

—Pero está bien, no estamos apurados. —Continuó hablando. —En cambio, ellos sí. —

—¿Por qué? —Pregunté. Ella me pasó otras imágenes.

—Aunque no pareciera, tu hermana tiene problemas de autoridad con su gente, parece que hay una nueva persona que está peleándose por dirigir a las luciérnagas y francamente pienso que tu hermana solo debería eliminarla y listo. —Agregó. —Pienso que si tu hermana acepta este trato y logramos llevarte para obtener la cura eso le dará cierto estatus y regresará la confianza en su gente. —

—¿Y qué tal si ni si quiera funciona la "cura"? —Le pregunté poniéndome sobre la cuerda floja. Necesitaba indagar más. Ella se aclaró la garganta.

—Sí funciona. —Me observó con determinación. Tenía la pregunta en la punta de la lengua pero me temía que ya sabía la respuesta. —Lo probamos en Seamus. —

Don't Lie [Caché]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora