Capítulo 7

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"Oh, did I bruise your ego?

By saying we're equal"

"Oh, ¿he herido tu orgullo 

al decir que somos iguales?

al decir que somos iguales?

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AYNA

Se despertó bien entrada la mañana, casi al mediodía, sintiendo que alguien le había triturado todos los huesos con una rueda de molino. Una luz grisácea se colaba en la habitación a través de las rendijas de los cortinajes mal ajustados, y el aroma a tierra empapada de lluvia se propagaba hacia el interior de la casa desde el bosque.

Apenas había dormido cuatro horas de diador. Cuando Iorg les había permitido acostarse, ella había corrido a ver a Gadriel, y una vez se había decidido a separarse de su malherida mentora ya había pasado mucho tiempo desde el amanecer. Además, el sueño había sido inquieto y poco reparador, plagado de vívidas pesadillas en las que sostenía un bebé amoratado que lloraba sin cesar mientras Fahran le gritaba pidiéndole ayuda y se desangraba en el suelo de la plaza, al lado de la fuente con forma de olivo.

Se removió despacio en la cama y se encontró el pelaje espeso de Roan tendido a su lado. Su amigo frotó su cabeza contra ella y le lamió toda la cara mientras el cuerpo le protestaba de dolor y cansancio. Tenía el brazo derecho rígido como una estaca y el hombro le palpitaba. Una mancha serosa de color amarillento se había extendido por el vendaje y tuvo que sostenerse el codo con la otra mano para lograr incorporarse.

La cabeza le dio un par de vueltas antes de que la visión se le aclarase de nuevo, lo cual no supuso un alivio en cuanto se concentró en la perspectiva del día funesto que se avecinaba. Iorg, el resto de oficiales del ejército rebelde y ella habían establecido todas las pautas de seguridad de la ciudad antes de retirarse a dormir, pero habían quedado después del almuerzo para organizar la defensa del inminente asedio. Ayna estaba segura de que el general no se había ido a descansar a pesar de los ofrecimientos de Dryl de quedarse al mando mientras él reposaba, o por lo menos era probable que hubiese dormido todavía menos que ella.

Inspiró con fuerza y recorrió su vieja habitación con los ojos todavía nebulosos. Todo parecía seguir en su sitio, y si se esforzaba un poco en eliminar los últimos meses de su memoria, casi podía volver a una época muy lejana en la que no tenía preocupaciones como la de defender una ciudad enorme de un ataque inevitable. Sin embargo, por aquel entonces tampoco poseía la fuerza y determinación que sentía ahora fluyendo por sus venas, y en absoluto echaba de menos pasarse días y días encogida de miedo ante la posibilidad de cruzarse con Níbea en el pasillo.

Animada por aquella idea decidió incorporarse. Las ropas de estilo dhein, sucias y húmedas de sangre y sudor, habían quedado tiradas al pie de la cama unas horas atrás, y tampoco había tenido la energía suficiente como para asearse a fondo. A pesar de que necesitaba un baño con urgencia, no tenía tiempo para ello, y seguramente tampoco lo tenía el personal de la casa dado el gigantesco volumen de huéspedes del que se tenían que ocupar ahora. Se lavó lo mejor que pudo en el aguamanil considerando que tenía solo una mano disponible y después se dirigió al armario. La recibieron todos sus antiguos vestidos, de faldas con vuelo y mangas enormes, con ribetes dorados o plateados y corpiños ajustados. Ninguno de ellos era lo suficientemente práctico como para moverse por Vicuse con un cinturón de armas colgando de la cadera o para defenderse de algún peligro inesperado. Apartó todos y rebuscó en el fondo del mueble hasta recobrar una camisa sencilla, un corpiño ligero que se abrochaba hacia delante y una falda simple de color verde, un conjunto que le había confeccionado Anglia y que había sido su favorito antes de marcharse. Se lo enfundó todo con mucha dificultad, maldiciendo y tropezando con la tela de la falda mientras intentaba subírsela con la mano indemne. Una vez logrado el objetivo salió descalza de la habitación.

Crónicas de Galedia III: Gran IalmyrDonde viven las historias. Descúbrelo ahora