Capítulo 13

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DAIMEN

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DAIMEN

Después del tremendo esfuerzo que había supuesto para la maltrecha salud de Fahran acudir a la Fortaleza, Anglia y él lo habían obligado a meterse en la cama de nuevo, refunfuñando acerca de lo mal paciente que era. La mujer ya se había marchado a sus quehaceres, multiplicados en los últimos tiempos, pero Daimen continuaba a su lado, aplicándole un ungüento antiséptico y cicatrizante a base de caléndulas y consuelda en las heridas que se habían vuelto a abrir.

—¿Crees que Iorg cumplirá su palabra de enviar a Veleida a Triara? —preguntó Fahran mientras jugueteaba con la sábana para distraerse del dolor.

—Lo hará. Es un hombre de honor, pese a todo. Además, he visto cómo sacaban un baúl de vuestro cuarto.

—Me gustaría hablar con ella. Todavía no he podido desde que... Supongo que me odia. Y con razón. No he sido un buen consorte.

—No creo que Iorg lo permita. Desconfía de ti. Pensará que intentas hacer llegar un mensaje a Triara. Si te ha dejado vivir es por conseguir efectivos y por...

—Ayna. Lo sé. Tampoco he sido bueno para ella.

—No estabas en una posición fácil —lo disculpó Daimen con amabilidad.

—Le dije algo terrible —Fahran palideció todavía más.

—No eras tú mismo.

—Ya no tengo ni idea de quién soy —musitó el joven, pensativo—. Pero antes, en la plaza, he sentido algo diferente. No mentía cuando dije que me sentía liberado. Es cierto que creo haber cumplido con creces mi juramento hacia Dresdent. Por extraño que parezca, justo ahora, en estos momentos convulsos, empiezo a vislumbrar un camino ante mis pies. Por fin estoy fuera del yugo que ha reclamado casi la mitad de mi vida. Puedo escoger, aunque sea entre la muerte y más guerra. Por lo menos ahora creo en la causa por la que voy a empuñar la espada.

—¿Pelearás por la Comunidad?

—Pelearé porque Dresdent no le ponga las manos encima a Ayna. Ella me ha protegido de Iorg. Quiero devolverle el favor. Y estoy harto de cumplir las estúpidas leyes del Imperio.

—Esa es una buena causa. Estate quieto, que te voy a poner perdido de ungüento —gruñó Daimen. Estaba concentrado en arreglar el desastre en la piel de su amigo, y, como siempre que curaba, le costaba prestar atención a otros asuntos mientras una herida o enfermedad requiriese de todos sus sentidos—. Me alegra que encuentres que la causa rebelde vale la pena. Al fin y al cabo, ahora no te queda otra que ayudarles, por ti y por tus hombres.

—Al menos ya no tengo que obrar en contra de Ayna. Me rompía el corazón... —musitó cada vez en voz más tenue— enviar todos aquellos edictos que le retiraban su condición, organizar su busca y captura... No era realmente consciente de todo lo que me dolía hasta que se ha acabado. No creo que llegue a perdonarme por lo que le dije. Necesitaba culpar a alguien de la muerte de mi hijo.

Crónicas de Galedia III: Gran IalmyrDonde viven las historias. Descúbrelo ahora