AYNA
Un calor extraño para el mes de Undécimo llevaba un par de días pendiendo sobre su cabeza. Tenía los labios cuarteados y resecos podía oler su propio hedor. Los imperiales la obligaban a permanecer en el carro todo el día. Le daban de comer un engrudo pastoso con una cuchara y la hacían beber de un pellejo sin importarles que el agua acabase derramada por toda su cara. Tan solo uno de los soldados parecía sentir un poco de conmiseración por ella y le levantaba la cabeza para ayudarla a tragar o desviaba la mirada cuando ella se inclinaba contra algún arbusto para orinar. Los demás se reían y disfrutaban viéndola incómoda y vulnerable. Si tuviese su espada y fuerzas para blandirla, los habría matado a todos. A menudo soñaba que se levantaba de la carreta con su cuerpo intacto y acababa con aquel atajo de miserables.
Así pues, inmovilizada a todas horas, tan solo podía ver pasar alguna nube solitaria y hojas de árboles que solo había visto en ilustraciones, perfilados contra un cielo rojizo. Las pocas veces que la habían dejado incorporarse para hacer sus necesidades, sus pies habían aterrizado en un suelo arenoso en el que apenas brotaban unos cuantos árboles y matojos. El cuerpo le dolía tanto que apenas lograba sostenerse sin ayuda. La espalda le escocía, tenía quemaduras por doquier y no podía mover el brazo derecho por lo que sospechaba que se le había dislocado el hombro. Al menos, el molesto pitido de sus oídos parecía haber mejorado.
Día y noche se repetía a sí misma las enseñanzas de Gadriel para intentar mantener la cordura. Aunque seguía enfadada con ella por haber manipulado su correspondencia, sabía que su entrenamiento era lo único que la estaba salvaguardando de perder la cabeza en aquella situación tan precaria.
Aquel día no estaba siendo diferente del resto. Un calor pegajoso la envolvía y hacía que estar allí tendida fuese más insoportable que nunca. El brazo le aullaba de dolor y toda la piel le escocía. Se sintió flaquear y estuvo a punto de echarse a llorar, pero la voz acerada de Trevanon la sacó de su miseria al pronunciar:
—Estamos llegando a Pátrea.
Ayna tragó saliva, aliviada. Sea lo que fuera lo que la esperaba en el corazón de Triara, de seguro le permetirían levantarse del carro, aunque fuese para humillarla o matarla. En aquel momento, volver a sostenerse sobre sus piernas era todo lo que le importaba.
En lo que le parecieron otro par de siglos, el ruido cambió a su alrededor. Comenzó a distinguir voces, el batiburrillo de algún mercado, sonidos de animales. El carro dio un bote y después empezó a traquetear sobre lo que parecía un camino empedrado. Sobre ella desfiló una avenida de aquellas palmeras de cuento, plantadas a una distancia tan perfecta que tenían que haber sido puestas allí de forma calculada. Agradeció la sombra que proyectaban sobre su piel quemada por el sol y la combustión del Explosionador y, poco después, se vio completamente resguardada del calor por una muralla blanca.
Intentó levantar la cabeza sin éxito. Las paredes del carro eran demasiado altas. Las voces sonaban cada vez más próximas, y los soldados que la acompañaban profirieron advertencias a los curiosos que intentaban acercarse a la carreta.
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Crónicas de Galedia III: Gran Ialmyr
Fantasy***ATENCIÓN: SPOILERS SI NO HAS LEÍDO LOS DOS LIBROS ANTERIORES*** SINOPSIS La caída de Vicuse a manos del ejército rebelde hace que el Imperio se tambalee. Ayna es ahora un importante símbolo de la resistencia y Fahran debe aprender a sobrevivir e...