Capítulo 92

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AYNA

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AYNA

Ayna se desligó de la batalla que se libraba a sus espaldas, en las puertas del campamento. Sus huestes sobrepasaban en número a lo que quedaba del Imperio y Fahran y los demás se encargarían de terminar aquella lucha.

Pero ella tenía otro objetivo.

Se sorprendió al verlo unos metros más allá, con aire perdido, deambulando entre restos de tiendas carbonizadas y enarbolando aquella estúpida espada decorativa. De pronto parecía un anciano, orondo y acomodado. No era un soldado, ni tampoco un guerrero.

Asió a Yggdril con fuerza. La empuñadura estaba pegajosa de sangre de su antebrazo y cada vez le costaba más sostenerla, pero solo tenía que aguantar un poco más. Caminó hacia Dresdent con zancadas decididas y él retrocedió, intentando esconderse tras una lona humeante que ondeaba beatíficamente con la brisa.

Se plantó ante el otrora Gran Ialmyr con la respiración agitada. El hombre estiró el brazo, poniendo su arma cimbreante entre ambos. Ayna dio un salto, se retorció con la agilidad de un gato y lo desarmó con facilidad. La espada engastada con rubíes salió volando y se estrelló en el fango. Dresdent alzó las manos en gesto de paz, dando pasos hacia atrás.

—Ayna, yo siempre te he tratado bien —balbuceó—. Te dejé vivir a pesar de la traición de tu padre.

Ella venció los metros que los separaban.

—Me dejaste vivir para controlar Valedia. Para unirme con alguien de tu conveniencia —siseó.

Dresdent retrocedió de nuevo.

—Permití que Fahran volviera a Vicuse. Lo nombré Guardián.

—Te convenía que Níbea estuviese contenta para que me mantuviese a raya.

—No te obligué a Unirte. Derogué la ley del Linaje.

—Lo habrías hecho en cuanto cumpliese veintiún años. Me habrías unido a esa rata de Rusco.

—He cuidado de tu pueblo.

Ella dio otro paso hacia él y el hombre volvió a escaparse, trastabillando con los despojos del suelo.

—Solo de la parte de mi pueblo que te interesaba. ¿Qué hay de los pobres, de las mujeres o de los itinerantes? ¿Qué hay de todas esas niñas que expulsaste de las Academias? ¿De todos los que se Unieron por obligación? ¿Qué hay de los que no aman a quien dictan tus leyes? Personas como tu hijo.

—En política hay que hacer sacrificios. Para que unos prosperen, otros deben pasar penurias.

Ayna apretó los puños y cualquier esbozo de compasión que pudiera haber sentido se disolvió en el viento.

—Desgraciado.

Él volvió a extender las manos ante sí, encogiéndose cada vez más.

—Llegaremos a nuevos acuerdos. Puedo... Ser más flexible.

Crónicas de Galedia III: Gran IalmyrDonde viven las historias. Descúbrelo ahora