Capítulo 66

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GADRIEL

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GADRIEL

Llegó a Liven a medianoche, justo como había planeado. Se deslizó por las calles, protegida gracias a las sombras alargadas de los edificios y a los sonidos de la marejada que llegaban desde el puerto destruido. Se dirigió con decisión a la posada Adamnelis y entró en el edificio.

La acogedora salita y la recepción estaban prácticamente a oscuras. Apenas un par de velas alumbraban los sofás floreados y las cortinas rosadas. Unos pasos traquetearon desde algún cuarto interior. El posadero apareció en el mostrador, pero la afabilidad había desaparecido de su rostro.

—¿Qué deseáis? Estamos cerrados.

—Solo deseo que me escuchéis.

—Un momento —el hombre levantó una de las palmatorias y la aproximó a ella—. ¡Yo os conozco! ¡Sois esa rebelde que se hospedó aquí! ¡Por el Ialme, vais armada!

—Hasta los dientes —sonrió ella.

El hombre dio varios pasos hacia atrás con las manos en alto.

—N-no me hagáis nada.

—Ya os he dicho que solo quiero hablar.

—¿De qué?

—¿Por qué está la posada cerrada?

—Mi... Mi familia está pasando por un mal momento. No tenemos fuerzas para atender a nadie. Así que os ruego que os marchéis y no nos metáis en proble...

—¿Se han llevado a vuestro nieto, verdad? Al Bastión.

Al posadero le tembló un labio y la palmatoria se balanceó en su mano. La dejó sobre el mostrador y sacó un pañuelo para enjugarse los ojos mientras sollozaba.

—¡Es una locura! —estalló—. ¡Es tan pequeño! ¡Mi hija se morirá de la desesperación! Lleva cinco días sin comer. ¿Es que voy a perder a mi nieto y a mi hija por los desvaríos de ese... de ese...

—Decidlo.

—¡De ese maldito Dresdent!

El hombre jadeaba, supurando rabia y preocupación a partes iguales.

—Exactamente. Un hombre cuyo nombre teméis pronunciar por si eso os lleva a prisión o al cadalso. Un hombre que ha vaciado vuestro negocio, destruido parte de vuestra ciudad y enviado a vuestra familia a la muerte.

—¡No se puede hacer nada para pararlo!

—Sí se puede. Se está haciendo. Pero los rebeldes llevamos solos demasiado tiempo. Os necesitamos. Necesitamos a Vedria. Habéis mirado hacia el otro lado durante muchos años, mientras morían niños que no eran vuestros o se destruían ciudades en las que no vivíais. ¿Estáis preocupado por vuestro nieto? Bienvenido al dolor de tantas otras familias en las que nunca pensasteis. ¿Y qué pasaría si tuvierais una nieta? ¿Y si tuvierais que entregarla en unión a cualquier patán porque así lo desea Dresdent?

—¿Qué quereis de mí? —jadeó el hombre, temblando—. ¡Nada de eso es mi culpa!

—No ser parte de la solución es lo mismo que ser parte del problema —dijo ella con más acidez de la que pretendía—. Lo que quiero de vos es que me ayudéis a hacer que los vedrianos y las vedrianas despierten. Sé que hay malestar en estas tierras. Vos también lo sabéis. Ayudadme a convertirlo en algo práctico que pueda ayudar a vuestro nieto.

—¿C-cómo haréis eso?

—Tenéis una posada y conocéis la región. Reunid aquí a las personas que consideréis que podrían tomar acciones contra el Imperio. Yo hablaré con ellas. Los que quieran podrán unirse a mí y partiremos a la guerra.

—La guerra... La guerra está lejos de aquí.

—La guerra ya ha llamado a vuestra puerta y se ha llevado a lo que más queréis. El Bastión es un lugar infecto. Cada minuto de diador allí pone en riesgo la cordura y la vida de vuestro nieto. ¿Os quedaréisi de brazos cruzados?

El hombre se sonó la nariz con el pañuelo y se apoyó en el mostrador. Las manos nudosas le temblaban y tenía el rostro colorado.

—No. Explicadme en detalle lo que tengo que hacer.

—Lo haré enseguida. Pero sabed que huelo a un imperial a kilómetros de distancia. Si osáis traicionarme, lo sabré, y lo pagaréis muy caro. Vos y los vuestros. Puede que me cojan, pero antes me llevaré unas cuantas vidas por delante.

—Quiero recuperar a mi nieto. Daría mi vida por él.

—Excelente. ¿Qué os parece si servís un par de jarras de cerveza?

El hombre asintió y desapareció tras el mostrador. 

 

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Crónicas de Galedia III: Gran IalmyrDonde viven las historias. Descúbrelo ahora