Capítulo 63

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DAIMEN

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DAIMEN

Roan salió corriendo desde no se sabía dónde y se abalanzó sobre su dueña, que lo recibió con lágrimas en los ojos. Jon, el mozo de cuadras, se había encargado de ponerlo a salvo.

Daimen apenas podía creer lo que veía. Parapadeó varias veces mientras Ayna acariciaba a Roan. Cuando se incorporó, se echó enseguida a su cuello y lo abrazó con fuerza, cortándole la respiración.

—¡Daimen!

Él le devolvió el abrazo, empezando a convencerse de que era real. Un tremendo alivio le aflojó el nudo del estómago. Ya no estaban solos. Ya no tenía que encargarse de tomar decisiones drásticas o estratégicas. Su amiga estaba viva. Notó que las lágrimas afluían a sus ojos. Pero entonces lo vio, tras ella, acechando en las sombras. Delgado, de cabeza cuadrada y pelo gris. Estaba igual que cuando había visitado la ciudad con Dresdent, solo que ahora le faltaba un ojo.

—¡Cuidado! —gritó, apartándola y llevándose una mano a Cacharro. A su alrededor, Loritz y y los demás se pusieron en guardia—. ¡Es él! ¡Te ha seguido! ¡Trevanon!

Para su absoluta conmoción, Ayna no desenvainó su espada, sino que alzó las manos en gesto pacificador y se interpuso entre Trevanon y la trayectoria de varias flechas.

—Bajad las armas. Es un aliado.

—¿Qué? ¡Ay, es lorr Trevanon! ¡El canciller de guerra de Dresdent! ¡Lo conocí cuando visitaron la ciudad! Se alojó en el Sarye. Estoy seguro de que es él.

—No te equivocas —dijo entonces Trevanon—. Estuve aquí. Pero nunca he sido quien vosotros creéis.

—Es una historia muy larga —dijo Ayna—. Te la explicaremos luego. Ahora necesitamos tu ayuda. No estamos solos. Vaerian está herido. —Señaló un bulto que yacía en el suelo, medio oculto por la vegetación.

—¿Vaerian? —jadeó Daimen, temiéndose lo peor—. Por el amor del Ialme, no me digas que ese Vaerian es el Vaerian en el que estoy pensando.

Ella esbozó una sonrisa culpable, como una niña pequeña a la que han pillado en una travesura.

—Es otra larga historia. Confía en mí, Daimen. Sabes que jamás los hubiese traído hasta aquí sin un motivo de peso. Estarán bajo custodia todo el tiempo. Ayúdalo, por favor. Ambos me han ayudado a mí. Es gracias a ellos que estoy aquí. Y a lass Níbea —pronunció las últimas palabras con los labios fruncidos—. Veo que esto no te sorprende.

—Algo me habían contado.

Ayna abrió los ojos ambarinos de forma desmesurada.

—¿Nel...?

—Nel y Gadea. Están aquí.

Ella suspiró con alivio y después sonrió.

—¿Nos dejarás entrar?

Crónicas de Galedia III: Gran IalmyrDonde viven las historias. Descúbrelo ahora