Capítulo 42

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"To the evidence of the fact

Confess to us, confess"


"Dada la evidencia del acto, 

Confiesa ante nosotros"


DAIMEN

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DAIMEN

Daimen contempló cómo Loritz y Galz apilaban piedras sobre el cadáver de Marcel Arden antes de volverse de nuevo hacia Rusco, que tiritaba y sudaba con la piel teñida de un feo color amarillento. Las fiebres del agua que ambos habían contraído por beber agua sin purificar habían acabado con Marcel aquella madrugada, y su hijo parecía a punto de seguirle hacia la Blanca Pradera. Daimen le levantó la cabeza y le hizo tragar varios sorbos de medicina. A pesar de que no sentía ningún aprecio por él, no había sido capaz de dejarlo morir pese a las protestas de sus dos acompañantes.

Galz apoyó la última losa sobre la cara de Marcel Arden sin miramientos y se aproximó a él.

—No podemos seguir aquí. Nos está retrasando. Tenemos que llevarle a Iorg la salitre. Quién sabe lo que estará pasando en nuestra ausencia. Llevamos tres días aquí retenidos por culpa de esta miserable rata.

—Galz tiene razón. Démosle algo para que muera en paz, y sigamos nuestro camino —apostilló Loritz.

—Ni hablar —se empecinó Daimen—. No puedo dejarlo en este estado. Puede que nos sirva como rehén —dijo con escaso convencimiento.

—De eso nada. ¿De qué nos sirvieron los Maldon y el sacerdote Emle? A Dresdent le dan igual. Solo son más bocas imperiales que alimentar. Iorg debería acabar con todos.

A Daimen lo recorrió un escalofrío. Apreciaba mucho a Loritz, pero era tan despiadado cuando hablaba del bando imperial que le ponía los pelos de punta.

—Dejadme intentarlo un par de días más. Si no mejora, haremos lo que decís. Por favor.

—En un par de días podrían atacar Vicuse con más Explosionadores.

—Entonces, adelantaos vosotros con la salitre —dijo, casi arrepintiéndose al instante de tremenda temeridad.

—Ni hablar. Eres capaz de perderte en tu propia casa —resopló Loritz—. No pienso dejarte en una montaña en el límite con Triara. Esperaremos un par de días, lo que Galz tarde en ir al siguiente asentamiento a por la salitre y volver, pero no más. Pero, será inútil, Daimen. Aunque mejore, no podrá soportar el viaje por la montaña.

—Pensaré en algo —murmuró Daimen.

Ni siquiera él mismo sabía muy bien por qué se empecinaba en salvarle la vida al hombre que había hecho todo lo posible por hacerle daño a Fahran y que había acosado a Ayna durante años para obtener una posición de poder. Pero, cada vez que estaba a punto de ceder a las razonables quejas de Loritz de Galz, contemplaba los ojos febriles de Rusco y algo se le encogía en el corazón. Cuando se había unido a la red se había prometido intentar salvar a cualquier víctima de la guerra, fuese de un bando o de otro, y en aquel momento el joven lego entraba en aquella categoría.

Crónicas de Galedia III: Gran IalmyrDonde viven las historias. Descúbrelo ahora