NÍBEA
Los ojos se le habían adaptado tan bien en la penumbra que apenas le importaba que los guardias tardasen días en llevarle velas nuevas para mortificarla.
Las horas eran espesas, igual que el aire del calabozo. La ropa le colgaba del cuerpo; en su vida recordaba haber estado tan delgada. Había intentado sobornar a más guardias, pero ya ninguno confiaba en que pudiera pagarles lo prometido. Según le había replicado un soldado, Vicuse había sido tomada por el Imperio y los bienes del Sarye requisados por Dresdent. Ella ya no tenia nada, ni siquiera un nombre influyente. También se había enterado que su primo había difundido la noticia de que ella se había marchado a Fortama con Veleida para apoyar a su hija unitiva y rezar por la expiación de los pecados de su hijo.
Níbea ya solo rezaba por la destrucción de Dresdent.
A menudo pensaba en Ayna. ¿Habría logrado escaparse? Suponía que sí, o le habría llegado algún rumor. Los carceleros no eran muy cuidadosos con lo que decían cuando se tomaban unas cuantas cervezas en la garita.
Aquel día estaba siendo igual que anodino que los demás. No sabía si lucía el sol o si brillaba la luna, pero había intentado marcarse unas rutinas para comer y dormir. Mientras daba uno de sus paseos por la celda, un sonido de pisadas le llegó desde la escalera que quedaba fuera de su campo de visión. Una retahíla enorme de soldados apareció en el corredor, arrastrando a media docena de presos que repartieron por los calabozos.
—¡Perros impíos! —gritaba alguien—. ¿Es que os molesta la verdad? ¿Tenéis miedo de la profecía? ¡Vais a matarnos a todos!
—¡Cállate, o te mato aquí mismo!
—¡Qué más da! ¿Acaso no estamos todos condenados?
—¡Que te calles!
Se escucharon varios golpes y el hombre dejó de gritar. Durante varios segundos de diador se sucedieron los chirridos metálicos de las puertas y los cerrojos, y después, los guardias se alejaron y todo quedó en silencio de nuevo. Al cabo de un rato, Níbea escuchó una ráfaga de quejidos y susurros. Se arrimó a los barrotes y sacó una oreja a través de ellos.
—¿Hola? —dijo—. ¿Quién está ahí?
Más quejidos y alguna tos.
—¿Hola?
—No hablamos con la familia de Dresdent —dijo una voz femenina a su izquierda—. Sabemos quién sois, por mucho que él se empeñe en decir que os habéis marchado a Fortama. Las criadas y criados de esta casa no son tontos, y aunque la mayoría están demasiado aterrorizados como para decir la verdad, todavía queda gente con escrúpulos aquí dentro.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué es eso de una profecía?
—No finjáis que no lo sabéis. Vos y los de vuestra ralea intentáis ocultárselo todo al pueblo.
—Llevo semanas aquí abajo. ¿Cómo podría ocultarle nada a nadie? Quiero saber qué está pasando fuera. Decídmelo y os recompensaré.
—Vos ya no podéis recompensar nada. No sois nadie.
—¿Qué hay de la resistencia? ¿Qué hay de Ayna Eyrel?
—¡Ha huido! —dijo entonces una voz amortiguada de hombre a su derecha—. ¡Se cumplirá la profecía! Los sacerdotes llevan tiempo diciéndolo. Que ella es la elegida del Ialme. Que se escaparía y acabaría con todos nosotros. Y se ha cumplido. Se ha escapado. Solo podemos esperar a que llegue con su ejército y nos mate a todos. Es la voluntad del Ialme. Nos organizamos, le pedimos a Dresdent de forma pacífica que depusiera las armas. Que negociase con los rebeldes y no se enfrentase a ella. Pero nos ha lanzado a este sucio calabozo. Tal vez el Ialme nos perdone por haber intentado difundir sus deseos.
—No entiendo —musitó Nibea—. No sé nada de ninguna profecía.
—¡No mintáis! ¡Los vuestros lo saben todo, pero lo tapan! Los sacerdotes vinieron desde Fortama y predicaron en cada taberna y casa. Algunos no quisieron creerlo, pero otros sabemos que es cierto. Incluso lorr Paynter y unas cuantas familias más han abandonado a Dresdent. Los vimos marcharse en barcos desde Puerto Mármol. Se marchan al continente. No quieren estar aquí cuando todo caiga. Pero Dresdent nos arrastrará a todos a su guerra. ¡Que el Ialme nos perdone!
Níbea se mordió un labio. No tenía ni idea acerca de qué iba toda aquella palabrería sobre profecías y sacerdotes, pero parecía estar minando la imagen de Dresdent si era cierto que las familias más pudientes de Triara habían abandonado la ciudad. ¿Tal vez los rebeldes habían urdido aquel plan?
—¿Qué está haciendo Dresdent ahora?
—Oh, preparse para la guerra. Encerrando a los que nos oponemos a ella. Recultando hasta el último hombre y niño que pueda blandir una espada. Como os dije, va a matarnos a todos.
Níbea se estremeció, y el día en el que su hijo había partido al Bastión le cruzó la memoria como una puñalada. Jamás debería haber permitido que fuese a ese sitio. Jamás debería haber deseado que lo hiciera para convertirlo en un Ialmyr. Abrumada, se dejó caer sobre el catre y enterró la cara en las manos.
¡Mil gracias por leer! ¡Ya va quedando poquito! Si te gustan mis historias, me ayudarás mucho compartiendo y recomendando :3
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Crónicas de Galedia III: Gran Ialmyr
Fantasy***ATENCIÓN: SPOILERS SI NO HAS LEÍDO LOS DOS LIBROS ANTERIORES*** SINOPSIS La caída de Vicuse a manos del ejército rebelde hace que el Imperio se tambalee. Ayna es ahora un importante símbolo de la resistencia y Fahran debe aprender a sobrevivir e...