Capítulo 38

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"The voice in the wind

The signs in the sky
The call of the mountains"

"La voz en el viento

Los signos en el cielo

La llamada de las montañas"


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DAIMEN

El viaje por la montaña estaba siendo más complicado de lo que había previsto. En un par de ocasiones habían estado cerca de cruzarse con patrullas imperiales que peinaban la cordillera en los aledaños de la frontera con Mondrian y, según lo que habían logrado escuchar a hurtadillas, parecían estar buscando fugitivos. Por desgracia, no podían alejarse demasiado de aquella zona conflictiva, porque casi todos los asentamientos de larga estancia de los itinerantes estaban cerca de Mondrian. Ya habían pasado por un par de campamentos abandonados, pero en ninguno de los vertederos se había formado todavía la salitre. Desde hacía un par de días, viajaban hacia el este, cerca del límite de Triara, donde había restos de asentamientos de la época de la Comunidad. Si no encontraban allí el compuesto, no lo encontrarían jamás, y su última esperanza sería confiar en que Gerdrid encontrase el knyll en el norte de Valedia.

Daimen se detuvo en medio del ascenso de una nueva colina escarpada para coger aire. Galz los guiaba sin apenas darles descanso y hacía varias jornadas que el sanador apenas sentía los pies, repletos de ampollas reventadas. Loritz le palmeó la espalda al pasar a su lado para infundirle ánimo.

—Vamos a acampar. Se está haciendo de noche.

Daimen asintió y reanudó la marcha. Estaban en undécimo y las noches eran muy frías, incluso tan cerca de Triara. Se sorprendió al darse cuenta de que solo quedaban unas semanas para le festividad del Ialme y que probablemente la celebración lo encontraría en medio de una montaña con un par de rebeldes. Estuvo a punto de reírse al pensar qué diría de eso el Daimen del pasado, el que solo se habría preocupado de asistir a la fiesta con un jubón que combinase a la perfección con sus ojos.

Caminaron durante un buen trecho, hasta que el sol se disolvió entre las copas de los arboles y el sotobosque comenzó a rezumar olor a tierra y a tornarse resbaladizo. Recogieron leños, encendieron una hoguera y asaron unas cuantas patatas para comer con sus raciones de carne seca.

—Ojalá tener un poco de mantequilla de ajo para untar estas patatas —suspiró Daimen masticando con deseo—. Casi puedo saborearlo.

Galz le lanzó una de las manzanas verdes que había recogido por el camino.

—Tendrás que conformarte con esto, sanador.

Daimen le sonrió. Aunque hablaba poco, se preocupaba por ellos y conocía el terreno como la palma de su mano.

Crónicas de Galedia III: Gran IalmyrDonde viven las historias. Descúbrelo ahora