Capítulo 83

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AYNA

—Recuerda que esta vez sí deben verte —le repetía Iorg mientras ambos recorrían las hileras de hombres y mujeres apostados en la colina—. Irás en segunda línea, a caballo para que se te distinga, después de que las cargas de sus explosionadores hayan exterminado a la primera línea. —Ayna se estremeció. Los desdichados de primera línea estaban destinados a ser aniquilados por aquellos artefectos mortíferos—. Mientras recargan atacaremos bajo la cobertura de los arqueros e intentaremos atraerlos hacia nuestros explosionadores, en la retaguardia. Con suerte, los atraparemos en un fuego cruzado entre ellos y los artilleros de explosionadores manuales de los flancos, pero tendremos que replegarnos a tiempo para no quedar atrapados en medio.

Ayna asintió. Daimen, Varland y sus ingenieros de la fundición habían logrado fabricar aquellos explosionadores en miniatura a partir del dibujo que ella había robado. Consistían en una especie de tubos largos y finos de metal adosados a una empuñadura de madera que los operarios se apoyaban en el hombro. Se detonaban encendiendo una mecha conectada a un depósito de polvo negro y disparaban pequeños proyectiles de metal que atravesaban la carne y producían heridas mortales. Además, se recargaban con más rapidez que los explosionadores porque no había que enfriar el metal.

—Entendido. La milicia, las suevyr y los dheins están al tanto. Estarán conmigo en la vanguardia.

—Haremos estallar el polvo negro a tu alrededor de nuevo. Varios soldados lanzarán los cartuchos a tu lado.

Ayna asintió, luchando por concentrarse en la batalla que se avencinaba, aunque su mente no cesaba de volar hacia el campamento imperial. ¿Qué habría pasado con Níbea? ¿Estaría Fahran a salvo o Dresdent incumpliría su palabra?

—Voy a revisar que en los flancos tengan claras las instrucciones. Reúnete con los demás. Pronto amanecerá.

Iorg se alejó de ella a toda velocidad, con la abultada armadura tintineando a su paso.

Ayna recorrió las hileras de caras asustadas hasta llegar al centro de la formación. Bleik dio un paso hacia ella enseguida.

—Los nuestros están dispuestos.

Ella dio una seca cabezada.

—Solo nos queda esperar.

—Supongo que sigues confiando en él. A pesar de que esté al otro lado de la colina —Bleik fruncía las cejas pálidas sobre los ojos de hielo.

—Pensaba que se te daba bien calar a la gente. ¿De veras crees que nos ha traicionado?

El dhein arrugó la nariz con displicencia.

—No. No lo creo. Pero me gustaría que lo hiciera. Tal vez así te alejarías de él.

—Nada de eso importa ahora —dijo ella, mirando hacia el horizonte con impaciencia.

Crónicas de Galedia III: Gran IalmyrDonde viven las historias. Descúbrelo ahora