Capítulo 59

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"Give the world to me

A wasteland or a monarchy?

(Liar, liar) Tell me what you see"


"Dame el mundo

¿Un erial o una monarquía?

(mentiroso, mentiroso) Dime lo que ves"


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FAHRAN

Fahran se despojó de su ropa pringosa con lentitud. Al quitarse la camisa ensangrentada, el trozo de vidrio pulido le bailó sobre el esternón. Lo rodeó con los dedos y después lo apretó contra su frente, suspirando. Ayna seguía desaparecida. Alvya había muerto. Silas lo odiaba.

Pero se suponía que valía la pena. Que algo de eso serviría para acabar con el Imperio. Eso le decía todo el mundo, pero cada vez le costaba más creerlo. En aquellos momentos, nada parecía servir para nada que no fuese desperdiciar vidas o causar sufrimiento a los galedianos de ambos bandos.

Se acicaló en el agua que un sirviente mondri le había llevado. En términos generales, la población de Ibdil se había mostrado encantada de verse libre del ejército imperial y habían tratado a los rebeldes con extrema amabilidad, como si fuesen sus salvadores. Iorg no cabía en sí de gozo y Fahran no podía culparlo: había liberado su propia tierra, su hogar. Habría jurado que incluso había visto una lágrima recorriendo la mejilla del pragmático general mientras apresaban a los Ialmyr de Mondrian y tomaban posesión de las estancias del Nirye. A él le habían dado una alcoba bastante espaciosa, con una buena cama, un acogedor fuego, una cómoda enorme y un escritorio con patas en forma de garras de águila. Fahran se había extrañado de aquella deferencia. No le habría parecido descabellado que Iorg lo enviase a dormir a una de las tienda de campaña del exterior.

Terminó de desvestirse y asearse y se metió en la cama, completamente desnudo. No tenía ropa de dormir y no le apetecía hurgar en la cómoda. Revolver entre las pertenencias de otra persona le hacía sentir cierta repulsión, como si estuviese profanando un santuario.

Se tapó todo lo que pudo con las mantas y el edredón y mantuvo el trozo de vidrio entre sus manos. Por una vez, el cansancio venció al insomnio y se durmió sin remedio.

Se despertó con el canto de un gallo, pero se dio media vuelta y se regodeó en el placer de seguir en la cama, en aquel estado confortable a medio camino entre el sueño y la vigilia. Al cabo de un rato, espabiló por completo al sentir que tenía frío. Solía dar muchas vueltas en la cama y aquella noche no había sido una excepción. Las mantas revueltas colgaban por los bordes del colchón, casi rozando el suelo.

Alguien llamó a la puerta y él se apresuró a tirar del edredón para taparse.

—¿Sí?

Un criado apareció en el quicio, llevándole una camisa y un pantalón impolutos y primorosamente doblados. Tenía una calva incipiente y expresión avergonzada.

Crónicas de Galedia III: Gran IalmyrDonde viven las historias. Descúbrelo ahora