Capítulo 74

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"I've yearned for you

I've yearned for way too longI'm coming home
Home again
I'm now born again
I lunge into you
And I'll breathe again
I'm coming home"


"Te he anhelado

He anhelado durante mucho tiempo

Vuelvo a casa

Otra vez en casa

Vuelvo a nacer

Me lanzo hacia ti

Y respiro de nuevo

Vuelvo a casa"

Vuelvo a casa"

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AYNA

La noche estaba helada y el viento le susurraba todas sus preocupaciones al oído. Hacía un par de horas que había acabado sus obligaciones, si es que en algún momento se terminaban por completo. Había dejado que varios trovadores le hiciesen retratos para distribuirlos por Galedia, se había paseado por las ciudades cercanas a Ibdil reclutando seguidores, había participado en varias reuniones estratégicas y organizado las rondas de las pocas suevyr que quedaban. La familia de Alvya había logrado escapar con vida de Vicuse, pero habían descubierto que la joven había muerto en una ciudad que no era la suya. Darla, desconsolada, mataba el tiempo observando trabajar a Daimen y aprendiendo de él. Aunque nadie la había culpado de su muerte, Ayna se otorgaba toda la responsabilidad. Ella la había animado a aprender a luchar y se la había llevado a las montañas, como a Mel, a Noem, a Tayt, a Rebde y a tantas otras que ya no estaban. A veces se preguntaba cómo podía seguir temiendo a la muerte, cuando solo la acercaría a todas las personas a las que había perdido. La llevaría con Anglia, con sus padres, con Mel, con sus amigas. Pero todavía había cosas por las que quería vivir. Amor por los suyos y odio por sus enemigos. Los imperiales habían empezado a montar su campamento a unos kilómetros de allí, en la frontera de Mondrian y Triara, pero los espías de la resistencia todavía no habían detectado la llegada de Dresdent.

Y ella no descansaría hasta matarlo.

—¿Ayna?

Se dio media vuelta. En su caminar errático había llegado al extrarradio de la ciudad, a la zona en la que se habían instalado los dheins y los Itinerantes. La colorida caravana de mamá Maduz destacaba incluso en la noche. Ella y Gerdrid compartían el acogedor carromato de madera. La curandera había aparecido en Ibdil apenas unas noches atrás, escoltada por media docena de dheins del asentamiento, declarando que no podía dejar que Mamá Maduz cargase con el amargo trabajo de cuidar de todos aquellos inútiles que pretendían dejarse coser a flechazos y espadazos una vez más. Sin embargo, debajo de sus modales bruscos asomaban la preocupación y el dolor por la pérdida de su hermano.

Ayna se alejó de sus cavilaciones y alzó los ojos. Bleik había extendido un brazo hacia ella y la traspasaba con la mirada.

—Pareces preocupada.

Crónicas de Galedia III: Gran IalmyrDonde viven las historias. Descúbrelo ahora