Capítulo 29

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NÍBEA

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NÍBEA

—No puedo creerme que esté aquí.

Gadea asintió con vehemencia.

—La señora Ekins me envió a asearla. Nadie más quería ir. Todos le tienen miedo. Piensan que los matará con la mirada o que les lanzara algún tipo de maldición. La propaganda del Imperio ha funcionado.

—Hacen bien en temerla. Ayna Eyrel es peligrosa. No siente respeto por nada, ni siquiera por el Ialme.

—A mí no me ha parecido peligrosa. Estaba muy malherida y aún así ha sido amable conmigo.

—No debes dejarte engañar. Yo la vi crecer. Era una niña díscola que ponía a mi hijo y a mi consorte en mi contra. Siempre queriendo hacer lo contrario a lo que se esperaba de ella, rompiendo las normas.

Gadea frunció los labios pero no dijo nada.

—En fin, ahora que está aquí, tal vez puede desviar la atención de Dresdent de mi hijo. Insistiré en la culpa de Ayna para que sea perdonado. Temo que Veleida le esté llenando la cabeza de tonterías a mi primo. Lleva días sin querer recibirme y ese maldito Floyd no me permite ni acercarme a él. Pero la captura de Ayna parece haberlo puesto de mejor humor. Incluso ha liberado a Vaerian.

—Lo ha liberado, pero la versión oficial es que se está recuperando de una enfermedad. Lorr Floyd tiene el control sobre los soldados del Morye y de la ciudad. Vaerian ha caído en desgracia. Las criadas dicen que parece medio muerto y que casi no come —añadió con cierto tono de reproche.

—Tal vez me haya extralimitado con él. De haber sabido que lorr Floy tomaría el control en su lugar, yo... Pero tienes que entender que su conducta no era natural ni razonable. En fin, me encargaré muy pronto de ese insecto. Pero antes debo conseguir un indulto para mi hijo.

Gadea asintió con vehemencia, y durante unos segundos de diador, Níbea se preguntó por qué la ayudaba con tanto tesón. La joven criada le llevaba toda la información que su primo y Floyd le vetaban, y se había convertido en su único consuelo en aquella casa. Nunca se habría imaginado que llegaría a sentir una especie de afecto por una criada.

—Lass Veleida no va a ayudarlo. Como os conté, pretende que se anule su unión y que Dresdent le ofrezca su cabeza. Sé que va a darle algo a cambio, pero no me ha dicho lo qué.

—¿Qué puede querer mi primo de ella? Veleida no entiende de política ni de guerra.

—No he podido averiguarlo. Pero sí sé cómo podéis hablar con ella. A esta hora acude cada día a la capilla del servicio a rezar por su hijo. Ha pedido silencio y soledad y la señora Ekins no nos deja ni acercarnos al pasillo. Pero no se atreverá a encararse con vos.

—Siempre he tenido mucha influencia sobre Veleida. Intentaré que cambie de idea. Llévame hasta la capilla del servicio.

Gadea asintió y la precedió por los amplios corredores blancos por cuyos ventanales entraban los rayos oblícuos del amanecer, decorando las paredes con resplandores rojizos que hacían juego con las alfombras y blasones. La criada bajó varios tramos de escaleras y Níbea se quedó casi sin aliento. Maldijo su ornamentado vestido azul, que le estorbaba en cada escalón, y por primera vez en su vida se imaginó lo cómodo que sería ponerse un pantalón. Sintiéndose boba, desechó la idea con rapidez y se apresuró a seguir a Gadea, que bajaba un nuevo tramo de escaleras con agilidad.

Crónicas de Galedia III: Gran IalmyrDonde viven las historias. Descúbrelo ahora