Capítulo XXXVIII

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Erick aún tenía un ojo morado y algunas magulladuras visibles, pero no parecía estar tan mal... Al menos no ahora.

Killua lo observó atentamente por un momento, y al fin suspiró. Estaba feliz de verlo de nuevo, sano y salvo frente a él, aunque había algo que lo inquietaba. Necesitaba hablar con él, pero antes de que pudiera decir una palabra, Erick le dirigió una mirada extraña.

—¿Estuviste enfermo? —preguntó con su tono rudo de siempre. 

—¿Eh? Ah...sí. 

Killua no tenía idea de qué rumores había escuchado el chico, ni qué cosas había decidido creer, así que decidió aclarar todo antes de que se produjera algún malentendido. 

—¿Podemos hablar? —preguntó rápidamente.

—¿Huh? ¿Por qué quieres hablar? Sé que lo que dicen no es cierto. Son solo estúpidos rumores de chicas, no creeré nada hasta verlo con mis ojos.

—Escucha... —dijo algo nervioso— Debo... Bueno... ¿Somos amigos, no? 

Erick abrió los ojos y lo miró perplejo por un momento, haciendo que Killua se sonrojara levemente. 

—Zold-digo, Killua, ¿tu...?

—¡No! Vamos, no es nada. ¿No podemos hablar? ¿Acaso los amigos no hablan sobre sus... sus cosas?

Erick aún se veía confundido, pero de alguna manera parecía feliz también.

—Supongo que sí.

—Bien. En el receso. 

—Bien.

La campana que anunciaba el comienzo de las clases sonó y Killua guardó silencio esperando.

—Idiota —le dijo apenas se acabó el sonido.

—Nerd.

Ambos se miraron por un segundo y luego se echaron a reír. Killua se alejó para ubicarse en su puesto de siempre, y comenzó a sacar las cosas de su mochila.

Apenas unos segundos después Ikalgo entró rápidamente al salón de clases: probablemente había llegado tarde por quedarse mucho tiempo con Palm, pero apenas vió a Killua sus ojos se llenaron de lágrimas.

—¡Killuaaaaa! —gritó mientras corría a abrazarlo— ¡Volviste! 

El albino no supo cómo reaccionar así que comenzó a darle golpecitos en la espalda para tranquilizarlo.

—Ah...hey...

—¡Estoy tan feliz de volver a verte! —sollozó.

Los chicos del salón de clases comenzaban a murmurar de nuevo, y Killua estaba seguro de que había escuchado una carcajada disimulada desde el fondo del salón, pero ver a Ikalgo así le dolía, así que no prestó atención a nada más. 

—Estoy bien —le dijo tratando de mirarlo a los ojos, mientras el pelirrojo lo soltaba al fin. 

—Lo siento... —murmuró secándose las lágrimas.

—Está bien, no tienes que disculparte — dijo suavemente.

Habían mantenido el contacto por mensaje de texto a lo largo de esa semana, e Ikalgo se había disculpado varias veces pero Killua no podía entender del todo por qué. A su parecer no tenía nada por que pedir perdón, y de hecho pensaba que él mismo era el causante de todos los problemas que habían ocurrido: Ikalgo simplemente había sido un buen amigo que intentó ayudarlo, pero que no había podido acercarse a él debido a su orgullo. Killua podía verlo claramente ahora, después de meditarlo durante la semana, pero aún así no estaba seguro de poder cambiar tan fácilmente y pedir ayuda como si nada. Era algo que tomaría tiempo.

La Luz de tus Ojos - Gonkillu AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora