Rydian Monroe.
Tres años atrás.
Usar y desechar, así me enseñaron a tratar a las personas. ¿Qué si me siento orgulloso por eso? No. Aunque me es más fácil demostrar que sí, que me fascina la idea de hacerlo. Pero todo lo que haces en algún momento tiene que caer por su propio peso, y es exactamente eso lo que me pasa.
¿Saben que es lo peor de perderse a uno mismo? No saber si realmente te perdiste o te encontraste, porque yo ni siquiera me considero yo mismo, para mí todo era, es y probablemente será falso. Yo soy un falso, y me temo serlo eternamente.
No soy el tipo de chico al que le gusta actuar mal, para mi desgracia todo lo que he hecho y hago son seguir las órdenes, seguir la marea sin quejas ni protestas. Para mi hermano mayor, Dash; eso significaba ser demasiado bueno, para mi hermana menor, Maggie; el hijito perfecto, para mis padres; la persona que necesitaban en sus vidas, y para mí; un maldito castigo.
Hay millones de maneras de sentirte invisible, está la más común que es cuando literalmente nadie te nota y pasan de ti ignorando toda tu persona, y luego está cuando estás rodeado de personas que no notan tu esencia, es decir, que solo ven lo de afuera más no lo importante, y me refiero a esa chispa que te hace ser tú y solo tú mismo.
Para el mundo soy una persona que lo tiene todo: amigos, dinero, mujeres e inclusive fama, pero aun así teniendo todo eso y más, hay una sola cosa que no está bajo mi poder; yo. Toda mi vida está planificada, y eso mismo me está ahogando lentamente, porque nadie nota lo pequeño y solo que me siento con todo lo ocurrido estos últimos años. Nadie nota como me siento.
—Estoy cansado, Dash —-dije al entrar a su cuarto —Todos actúan como si tú...
No pude terminar de hablar, el nudo en mi estómago me lo impidió haciendo que corriera al baño para expulsarlo todo. Había estado bebiendo todo el día, ni siquiera sé cómo logré llegar a casa, peor aún, ni siquiera sé cómo pude cruzar aquella puerta de color gris. Aquella puerta del cuarto de mi hermano.
Hace unos años todo se fue a la mierda; Dash murió, mamá comenzó a pasar menos tiempo en casa, Maggie se encerró en sí misma, papá siguió con su vida como si lo ocurrido no le afectase, y yo me he convertido en un alcohólico sin metas ni sueños.
Al terminar de vomitar, como pude lave mi rostro y manos, luego torpemente camine hasta aquella cama de frazadas azul oscuro con aroma a menta, sintiendo el corazón hecho añicos, recosté mi cuerpo y cerré mis ojos con fuerza al recordar que mi hermano alguna vez durmió ahí, vivo y listo para abrir sus ojos por la mañana y molestarme por aquellas veces en que no pude retener mi orina de "pequeño".
Mis ojos no tardaron en llenarse de lágrimas, esas que debí de soltado cuando me dieron la noticia de que el avión en que viajaba Dash se había estrellado, esas que debí de derramar cuando fue su funeral.
Actualmente
—Cuando algo se rompe, por ley no se vuelve a reparar, y si lo hace, jamás será igual a lo que fue en un principio —comenté viendo al moreno.
—¡Dios! —exclamó -suenas como uno de esos señores llamados poetas o escritores —me miró horrorizado —deja de leer novelas románticas con escenas +18 —lo mire levantando una ceja.
—¿Quién dice que leo? —pregunté defendiéndome —¿Y tú cómo sabes que contienen escenas +18?
—Solo lo supuse —dijo nervioso.
—Ya, claro —dije con sarcasmo —Haré como que te creo, pero solo es porque dentro de una hora comenzarán las clases y no quiero llegar atrasado.
Me puse de pie y salí de la cocina para subir a mi cuarto, sentí la mirada curiosa y los pasos a mi espalda de mi amigo Zario, un moreno de ojos verdes, bastante molesto si me lo preguntan, pero lo soporto porque es casi como un hermano para mí.
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Invisibles
Teen FictionAveline Morris estaba acostumbrada al dolor, después de todo su propia madre era la causante de ello. Sabía que quedarse callada era la mejor opción. Sabía que mientras se mantuviera lejos de las personas estaría a salvo. Sabía que debía permanecer...