Capítulo 1

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—Y un día lo vez a tan solo dos pasos de ti pero no puedes moverte, solo observar como hace su vida con completa normalidad..., y aunque duela, eso es lo mejor para ambos.

Mis ojos se aguaron sin previo aviso, aquellas palabras acabaron conmigo y mi poca estabilidad emocional. Ese no podía ser el final de la historia, ¿verdad? Ella se merecía permanecer al lado de él, después de todo eran los protagonistas y ellos deberían de terminar juntos, ¿no?

—¿Qué ocurre? —indagó papá, entrando a mi habitación con mi exquisita ración de cafeína en la mano.

—El final es un horror —expliqué, cerrando el libro que nono me había regalado.

Papá rio bajito mientras me tendía el vaso con café helado que le había pedido, era temporada de nieve pero no podía tomar otra cosa; el café ya era parte de mi rutina diaria.

—Es uno de los libros con más ventas en la ciudad —comentó sentándose junto a mí en mi cama —, ahora ya veo por qué.

Yo fruncí el ceño.

—Porque la separación de los personajes principales como final vende —dije con normalidad, tomando un sorbo de mi café.

Papá no dijo nada, se dedicó a beber el suyo mientras ambos mirábamos a la nada, algo que siempre nos pasaba, él podía ser un hombre estricto e incluso cascarrabias y yo una mujer sumamente terca y llevada a mi idea, pero al final siempre llegábamos al mismo punto; al tranquilo silencio, donde las palabras no eran necesarias para describir lo mucho que le quería y confiaba en él.

Sonreí dejando un beso en su mejilla para ponerme en pie, hoy era el día 1.950 desde que toda mi vida se fue al carajo. Cinco años y cinco meses desde que dejé Denver Salens a punto de morir, y aunque el tiempo a transcurrido con normalidad y no todo sigue plasmado en mi mente como si fuera ayer, los gritos, la tristeza y él... Un apuesto extraño al que todavía no podía darle un rostro ni un nombre, siempre terminaban volviendo a mí.

—Iré a la pista —le informé a papá —, volveré antes de que Tay y las chicas lleguen de la escuela—le aseguré, tomando mis patines de hielo.

—¿Qué tal si vamos juntos? —me sugirió él.

Me fue inevitable no mirarle con cariño.

—Sé que tienes miedo, pero debo seguir con mi vida —le expliqué con calma.

Él asintió resignado pues sabía que tenía razón.

—No vemos —me despedí.

Salí de casa con una linda sensación de calidez, presentía que hoy sería un gran día, fue así que en cuestión de minutos ya me encontraba sobre la pista de patinaje, al fin y al cabo vivía a dos cuadras y era mi mayor pasatiempo, uno que me hacía no pensar todo el jodido tiempo que algo se me estaba olvidando, que habían cosas demasiado importantes como para no ser recordadas.

Deslice mis pies fundidos en los afilados patines sobre el hielo y me permití volver a aquel único recuerdo: las miradas estaban sobre mí, yo no era importante para ellos, pero si para él. Le sonreí cuando por fin me miró, solo necesitaba su atención para sentir millones de cosas en el estomago. Camine hacia él cuando la atención no pedida me estaba agobiando, no fue hasta que sus manos estuvieron en mi cintura que la paz se reconstruyó dentro de mí.

—¡Cuidado! —oí gritar a un chico, seguido de mi cuerpo cayendo al piso.

Mi cabeza chocó contra el duro hielo dejándome mareada por la brusquedad con que me di el golpe, me quedé de piedra cuando un par de imágenes pasaron por mi mente como fugaces recuerdos.

InvisiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora