Capítulo 8

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Aveline Morris.

Hay personas que dejan tanta huella en nuestras vidas que es difícil dejarlas ir, no sé si por costumbre o quizás por temor a la soledad. Sea como sea, ellas se transforman en ese tema complicado de hablar, se convierten en esa zona oscura que hay en tu corazón y en la cual no cualquiera puede pasar y ver con facilidad.

Hay personas que marcan tanto en la vida, que para bien o para mal; te cambian infinito. Es que no se puede vivir en línea recta, los problemas, las decisiones y un sin fin de factores que lo único que hacen es exprimir el corazón, son los que te cambian, pero la gota que derrama el vaso son las personas. Malditas y amadas personas, caótico y jodido mundo, basura y detestable sociedad... Tanto tú como yo sabemos quiénes son los verdaderos culpables.

—¿Verdad? —le pregunté al moreno.

—Nosotros, ¿No? —sonreí

—Captas rápido.

—Explicas bien.

Nos mantuvimos la mirada sonriéndonos, esta semana Zario ha venido a verme todos los días al hospital, me ha hecho compañía mientras Rydian y Joel -como me pidió el profesor Harris que lo llamara- están en el colegio. Me agrada un montón, el moreno aparte de ser guapo es un gran comediante, me hace reír tanto, tanto, que me he acostumbrado a él fácilmente.

—¿Has probado los dulces de este lugar? —preguntó de la nada.

Sí, esa es otra cosa que me gusta de él, nunca se le acaba los temas de conversación.

—No, no los he probado —respondí algo extrañada.

¿Dulces en el hospital? Sé que aquí la comida es igual o más cara que en el colegio, y también que solo hay de esas comidas con nombres extraños, entonces, ¿dónde los consiguió?

—Mejor, porque son asquerosos —fruncí el ceño.

—¿De qué hablas, Zario?

—De que ayer me confundí de habitación y entre a una en donde no había nadie, así que pensé que era la tuya y que tú habías ido al baño y por eso no estabas...

Se quedó callado por unos segundos, su estómago sonó tan fuerte que eso lo impresionó tanto como a mí.

—¿Estás bien? —cuestione riendo bajito.

—¡Ya vez! —exclamó indignado —Ayer entré a esa tonta habitación y mientras esperaba leí una nota donde decía «No olvides de tomar tus dulces. Te hacen bien. Con amor R» y entonces yo pensé que era un regalo de Rydian para ti y comí uno de esos dulces, pero no paso ni dos minutos cuando mi estómago comenzó a sonar y a doler como la mierda... Estuve en el baño de esa habitación durante una hora... Creo que esos dulces estaban vencidos o algo parecido.

Ahora si reí fuerte, tan fuerte que mis ojos estaban aguados, estaba por llorar de risa.

—Di... Dime, ¿la... la habitación en la que entraste es la 444 del lado sur? —hablé riendo. Él asintió —Querido Zario, no eran dulces —confesé.

—¿Entonces qué eran?

—¡Laxantes!

Me volví a reír, en realidad no he podido dejar de hacerlo, es que, ¿quién confunde laxantes con dulces? Zario Kennedy, él los confunde.

—Eso explica muchas cosas —declaró —Ahora entiendo por qué tapé el inodoro.

Dejé de reír y abrí los ojos como plato, ¿Qué tapó el inodoro, dijo?

—¡Dios, eso explica el intenso y extraño olor de ayer!

—¡No fue a propósito!

—¡Tuvieron que traer a dos plomeros!

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