Capítulo 15

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Rydian Monroe.

A diez mil pies de altura me sentía estar, y ahora caí en el suelo más crudo y duro que podía imaginar. Necesitaba tiempo. Quería tener más tiempo para estar con ella, para volver a regocijarme en sus besos, en sus tiernos y sabrosos labios.

—Soy una idiota —susurro, con la mirada perdida.

Oh, no, eso no era bueno, se estaba culpando y se estaba arrepintiendo, no quería que se arrepintiese, lo que acababa de pasar lo espere por tanto tiempo, o así lo sentí; como una jodida eternidad.

—Principessa —la llamé, pero estaba perdida en sus pensamientos.

Sin querer mi mirada fue a su boca y mi mente reprodujo el momento exacto en que me pidió que la besara, ¿Cómo negarme a tal petición? Ella podía pedírmelo cuantas veces quisiera, porque su boca era mi perdición, era esa sustancia que necesitaba para volver a sentirme vivo.

—Esto estuvo mal —dijo convencida —. No tenía que haber pasado —negué con la cabeza.

¡Esto es lo más correcto que hecho en mi vida!

—No digas eso —le pedí.

—Es la verdad.

—No es cierto.

—Te vas a ir.

—Solo por unos días.

Me acerqué a ella y gracias al cielo no se alejó de mí, tome sus manos y la mire a sus espectaculares ojos cafés oscuros, esos que antes carecían de brillo y ahora lo desbordan.

—No me iré para siempre —le asegure.

Pero la duda y la inseguridad seguían en ella, lo podía percibir en sus ojos y en lo tenso que se encontraba su cuerpo; sabía que le había mentido, ella lo notó.

—¿Qué no me estás diciendo? —preguntó directa.

Joder, a veces es tan impredecible para mí.

Y eso te vuelve loco.

No. Me enloquece, que es diferente.

Ella es única... No la cagues.

—Ken de revista —me llamó.

Y ¡Caramba! Mi corazón se aceleró de inmediato, es que no puedo evitarlo, ¿Cómo ignorar esos detalles? ¿Cómo hacer que nada pasó? Ella está tomándome por completo poco a poco, es una... una... ¡Una ladrona! Una perfecta ladrona de corazones. Una ladrona de MI corazón.

—Bien, tú ganas — hablé, resignado a contarle la verdad —. Papá quiere que me haga cargo de la empresa familiar, habló con el director y lo convenció para que me tomen todos los exámenes de este mes y así poder irme tranquilo y con la mente despejada.

—¿Mente despejada? —repitió.

—Sí, para aprender a cómo manejar una empresa —conteste, sintiendo cada palabra como algo absurdo —. En dos semanas nos iremos a New York y no tengo idea de cuando volveremos.

Se alejó de mí como si verme le doliera, y lo hacía, le dolía verme porque le recordaba lo idiota que fue al permitirse y permitirme besarla, sabía que le costaba y que un beso para ella significa mucho más que eso; un beso.

Para ella era un paso enorme, un clavado al vacío con ojos vendados y cuerpo adolorido, y aunque estaba orgulloso de ella, no podía sentirme del todo feliz, porque quería mucho más y sabía que eso no sucedería otra vez. No si ella no me lo permitía.

—Cada vez que una persona se vuelve importante para mí, se va o se aleja —habló bajito —, no es divertido despedirse de quien te ha hecho sentir tanto, y no es divertido ver que nuevamente te quedaste sola.

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