Aveline Morris.
Rendirse siempre ha sido una opción, y aunque la simple idea de dejar de existir me aterra, jamás me sentí con tantas ganas de hacerlo, de rendirme.
Corrí a casa con mi cabeza latiendo de dolor, visualice la vieja fachada de mi hogar y poco a poco me fui acercando, termine frente a la puerta que fue abierta por mi madre luego de que tocara como una desquiciada para que me abriera.
—Lo sabías, ¿no? —le pregunté.
—Sí te refieres al hombre que nos ayudó en nuestro peor momento —me sonrió —... Sí, siempre lo he sabido.
Cerré los ojos por unos segundos al darme cuenta de que mi corazón se comenzaba a acelerar, quería gritar por todo ese desastre que se estaba desatando y también porque me sentía furiosa, es que ¿Cómo solo me puede culpar a mí por lo que pasó? ¿Cómo puede sentirse agradecida hacia la persona que asesinó a su hija y esposo? ¿Cómo?
—¿Por qué me odias tanto? —la miré dolida. Ella se mantuvo callada por un breve momento, hasta que habló.
—Es que eres tan parecida a mí cuando tenía tu edad.
Negó con la cabeza mientras me miraba con repulsión; sin embargo, no la tomé en cuenta, algo me decía que en realidad necesitaba oír lo que ella tuviera para decirme, pues sentía que este sería nuestro adiós definitivo.
—Tan tonta e ingenua, creyendo que todavía queda gente buena, pensando que hasta un asesino puede ser bueno, claro que no te has puesto a pensar en toda la familia que deja devastada cuando asesina, ¿no es cierto?...
Cierto.
—Mentiría si te digo que no te odio, porque te odio y mucho... Te odio con todo mi corazón, y aunque no quiera hacerlo, es imposible, jamás podré perdonarte el que hayas jodido al que era el amor de mi vida.
Su dolor era palpable, podía notarlo tan fácil, y eso era porque en el fondo de su corazón ella no solo me odiaba, también se odiaba por odiarme, ese era su mayo castigo. Esa era su penitencia por todo el dolor que me causaba, y nunca lo había notado, porque nunca me había atrevido a hacer la pregunta.
Ahora me doy cuenta de que el odio es un sentimiento mutuo, porque para sentir algo por alguien primero debes sentirlo hacia ti misma, y ella lo siente, se odia y me odia, supongo que es un efecto dominó, ella lo siente y luego lo transmite, al final todo va de la mano, aunque nos empeñemos en que no sea así.
—No te odio... mamá.
La abracé sintiendo sus músculos tensarse y respirando ese aroma a cigarro mezclado con alcohol que está impregnado en su ropa, al separarme dejé un cálido beso en su mejilla y me fui tomando una decisión; dejarla atrás para poder continuar, eligiéndome y dándole un último chance a la vida.
Camine sin dirección alguna, siendo muy consciente del dolor que estaba sintiendo en ese instante, estando muy lúcida de cómo una de las más grandes grietas de mi corazón comenzaba a cerrarse, y aunque era algo bueno, no significaba que no doliera.
Un estruendo en el cielo me hizo dar un salto, mire a mi alrededor y maldije en mis adentros por no saber en dónde me encontraba, llovería pronto y tenía que refugiarme por unas horas en algún lugar, y también conseguir un teléfono celular para llamar a Joel, de seguro me matará cuando le hable.
Entre en una pequeña cafetería que tenía por nombre Pop & Job, por poco grito de la emoción, la cafetería estaba vacía y en una pared que tenía estantes, descansaban varios libros. Me dirigí a una mesa cercana a esa especie de biblioteca y con el poco dinero que me tenía, le pedí un café extra cargado a una pelirroja que trabajaba en el sitio junto a un pelinegro.
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Invisibles
Novela JuvenilAveline Morris estaba acostumbrada al dolor, después de todo su propia madre era la causante de ello. Sabía que quedarse callada era la mejor opción. Sabía que mientras se mantuviera lejos de las personas estaría a salvo. Sabía que debía permanecer...