Extra 1

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Todos necesitamos al menos un momento bueno en la vida, y aunque aquello se puede ver opacado por todo lo malo; lo necesitamos como respirar. Necesitamos saber a que podemos aspirar si soportamos un día más.

La pequeña castaña lo sabía muy bien, pese a que solo tenía 5 años y hoy cumplía 6. Sabía muchas más cosas que el resto de sus compañeros, esos que no jugaban con ella por ser "la rarita".

—¡Maldita sea, Aveline! ¡Si no bajas ahora mismo, no iremos a ningún lado! —amenazó su padre.

Los ojitos cafés de la pequeña observaron su reflejo en el espejo una última vez. Se miraba hermosa, muy hermosa y tierna, con su ondulada melena de color café oscuro que era adornada por una diadema rosa chicle, que la hacía sentir como una principesa, pese a su vestimenta vieja y descolorida.

Se sonrió antes de correr a donde su padre que la esperaba listo para ir por su primer regalo de cumpleaños, y entregada a la emoción, lo abrazo, pero rápidamente se arrepintió de ello, pues aquel hombre repleto de tatuajes la alejo bruscamente.

—No vuelva a hacer eso, ¿me entendiste? —le dijo con la mandíbula apretada.

—Si, papá —le respondió la pequeña.

Y por un momento quiso rendirse y dejar entrar a la tristeza a su vida, como siempre, porque su vida era triste y no parecía que fuera a mejorar, sin embargo fue fuerte y se autoconvencio de que aquello no tenía importancia, que su padre solo era poco cariñoso, y por lo tanto, poco demostrativo. Si, eso tenía que ser.

—¿Y qué vas a querer? —le preguntó, subiendo al bus.

—Mmhmm, aun no lo sé —confesó en voz baja, ocultando una sonrisa.

—Más vale que lo sepas pronto, porque no quiero pasar todo mi día perdiendo el tiempo.

El hombre tomo asiento y palmeo su regazo para que la pequeña se sentara ahí. En silencio se sentó y mientras su padre charlaba de una manera rara con la mujer que iba junto a ellos, miró por la ventana los "paisajes" de la ciudad, que poco a poco se iban haciendo más y más elegantes y bellos, las casas y los automóviles sobre todo.

—¿Entonces eres padre soltero? —escuchó preguntar a la mujer.

—Si, la madre de mi hijita nos abandonó cuando ella nació —respondió su padre.

Y la pequeña castaña pudo haber dicho que eso era una mentira, pero su atención no estaba en su padre y la mujer, no. Su atención estaba en el despampanante automóvil de color rosa que permanecía parado junto al bus, esperando la luz verde para seguir su recorrido.

Frunció el seño cuando se dio cuenta que un niño de cabello café claro la miraba casi sin parpadear desde el automóvil. Entonces, cuando estaba a nada de apartar su vista, él ladeo la cabeza y le dio una sonrisa que dejó al descubierto la falta de uno de sus dientes, más específicamente una de las paletas.

Aveline le sonrio de vuelta, tapando con sus manos su boca, porque su madre le había dicho que su sonrisa era horrible y a las personas no les gusta las cosas horribles, así que tenía que ocultarla para que no la rechazaran.

Pero no pudo seguir ocultando su sonrisa, no cuando vio a aquel niño meter sus dedos índices a su boca y tirar de los extremos de esta mientras sacaba la lengua, jugueteando. La pequeña no aguantó más y explotó en carcajadas, las cuales fueron calladas en cuanto su padre le piñisco disimuladamente su cintura.

No gritó aunque su cuerpo le ordenó que lo hiciera, pero no lo hizo, se guardo el dolor y dejo que sus ojos se cristalizaran, más no soltó ninguna lágrima. Miró al niño que ahora estaba serio y con sus ojos puesto en donde su padre la había piñiscado. Se puso nerviosa y gracias al cielo el bus volvió a ponerse en marcha, al igual que el automóvil que carecía de techo.

El automóvil con el niño se perdieron en unas calles y el resto del camino hacia las tiendas de juguetes se pasó lento para la pequeña castaña, no fue hasta que vio el tierno peluche de Fiona de la película Shrek, que su día volvió a ser uno bueno y no aburrido.

—¡Ese, papá! ¡Quiero ese peluche!—le dijo entusiasmada.

Su padre la miró y una risa se le escapó, pero no era de esas que los padres les dan a sus hijos porque sus actos y palabras les causa ternura, no, esta era una de burla completamente. El hombre tomó el peluche que estaba en oferta y lo pagó antes de entregárselo -para su mala suerte- a su chiquita hija.

La sonrisa de Aveline se extendió mientras estrujaba al peluche en sus brazos, sintiendo que no necesitaba nada más para ser feliz, sintiendo que aquel objeto lo era todo, porque aquel regalo se lo compró su padre, el que nunca le demostraba y le regalaba nada.

Inocente y totalmente inepta a lo que su destino le traería más adelante, respiró profundo y se autorizó a sentirse llena, completa y muy entera, pese a que su padre le había dicho mil y una vez que ella jamás se sentiría de ese modo porque no se lo merecía.

—¿Quieres un helado? —le ofreció inesperadamente su padre.

Aveline quiso gritarle un gigantesco «¡si!», pero se limitó a asentir con su cabeza, apretando los labios para no sonreír, a su padre no le gustaba las sonrisas.

—Espera aquí —le ordenó el hombre, ayudándola a sentarse sobre una banca.

La niña vio a su papá perderse en la heladería que estaba rebasada de gente, y mientras lo esperaba, pudo reconocer a aquel automóvil de color rosa con el niño gracioso.

—¡Niño payaso! —le gritó, pero él no la escuchó.

O eso pensó, aunque estaba segura de haberlo visto voltear la cabeza hacía su dirección, la realidad era que no lo notó porque el automóvil se hecho a andar en cuanto recién había comenzado a gritar.

—Esta es mi hija —habló su padre, llegando con dos helados de chocolate en un cono de galleta y una mujer de voluptuosos pechos.

—¡Oh, pero que adorable! —canturreo con voz chillona, la mujer.

Y le apretó los cachetes con fuerza, entumeciendo las rosadas mejillas de la pequeña. Hasta ahí duro su buen día. El lado bueno para ella, fue que al menos su padre la trataría bien mientras esa molesta mujer estuviera cerca.

Porque ya lo sabía, mientras su padre estuviese hablando, ella debía mantenerse callada, sin importar lo mucho que quisiese hablar. Aveline Morris debía callar.

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