Capítulo 13

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Aveline Morris.

Hay amores que son silenciosos como la lluvia, pero al igual que esta, una vez tocan tierra firme; son capaces de generar un ruido tan suave y relajante que te da tranquilidad, esa que muchos buscan. Y es por eso que más de una persona lo codicia con locura enfermiza, porque esos amores no hacen ruido en el exterior, esos amores hacen un concierto de rock en tu interior, demostrándote en cada nota que está bien enamorarse, y que está excelente correr el riesgo de salir lastimada en nombre de eso.

—Necesito que me escuches —habló en medio de la oscuridad.

—No quiero —me negué.

—Por favor —pidió suplicante.

—No — sentencié.

—Ella me beso —explicó, ignorando de lleno lo que dije.

—Rydian.

—Estaba por salir de los vestidores cuando ella apareció y me be...

—¡Que no te quiero oír! —exclame, soltando su mano y perdiendo el equilibrio al instante.

Cerré los ojos esperando un golpe que nunca llegó, en su lugar sentí la sensación de caer en algo blando, pero a la misma vez duro, no hizo falta ver para saber que él, incluso a oscuras, logró atraparme.

Me quedé inmóvil tratando de restablecer la conexión de mi cerebro con la conciencia que gracias al alcohol ahora se veía bastante afectada. Comencé a reír por lo ridícula que soy, es que estoy enojada porque el castaño beso a una chica y él ni siquiera es mi novio, es incluso más ridículo dicho así.

Abracé al ojos cafés que seguía debajo de mí, estaba tenso, pero se relajó cuando apoye mi cabeza en su pecho, cerré los ojos deleitándome por el sonido de los latidos acelerados de su corazón mezclados con la melodía de una canción electrónica que sonaba de fondo.

—¿Por qué la besaste? —pregunté —¿Por qué ella y no yo?

Mis ojos se aguaron y mi inseguridad oculta salió a la luz, estaba por decir algo que nunca había dicho en voz alta ni siquiera para mí, porque era tan vergonzoso que la mejor opción siempre fue ignorarlo. Ignorar que me hicieron sentir insegura.

—¿Por qué siempre las eligen a ellas?

Las lágrimas comenzaron a salir mojando la camisa del castaño que se mantuvo callado y acariciando mi corto cabello, hasta que solo la música se escuchó retumbante y lejana, o así la sentí.

—Yo no la besé —aseguró —, admito que no la alejé, sí, pero yo no la besé.

—¿Admites que la dejaste que te besara? —cuestione incrédula.

—Yo no quería —se defendió.

—¿Ah, no?

—No.

—¿Entonces?

—Principessa.

—Ken de revista.

Sentí como contuvo el aire para después soltarlo pesadamente, no lo estaba viendo, pero intuía que se sentía presionado y no quería eso, quería que confiara en mí como yo confío en él.

—Solo somos amigos —dijo.

Y tiene razón, solo somos amigos, él no me debe nada, ni explicación, ni nada.

Estaba por decirle que era verdad lo que decía, que lo que yo estaba haciendo no tenía razón alguna porque él y yo, SOLO SOMOS AMIGOS, pero se me adelantó y siguió hablando.

—¿Recuerdas que lo dijiste? —cuestionó.

Por supuesto que lo recuerdo, también el cómo se veía con la chaqueta del equipo. Mis hormonas estaban vueltas locas, por eso tuve que mentalizarme en que éramos, o bueno, somos amigos para no saltarle encima.

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