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EMMA

Las vacaciones se habían esfumado dejando en mí una huella difícil de borrar.

Había sido el primer verano separada de mis padres, desde que mi hermana Nora había desaparecido cinco años atrás.

Creí que sería el mejor verano de mi vida, el primero de libertad y diversión, qué equivocada estaba.

Pasé el último mes de la estancia en casa de mi abuela liada con Joel.

Joel era el chico ideal, guapo, educado, considerado y detallista. Habíamos compartido un verano lleno de grandes momentos, tan grandes momentos que hasta me decidí a perder la virginidad con él.

Una noche vino a buscarme en el coche de su hermano, fuimos a la última sesión del cine del pueblo y vimos una película que quedó opacada por los besos y las caricias que no podíamos evitar compartir todo el tiempo. Una cosa llevó a otra y antes de llegar a casa de mi abuela (donde estaba veraneando) terminamos haciéndolo en el asiento trasero del Fiat blanco del hermano mayor de Joel.

No era el escenario más romántico, pero realmente fue perfecto.

O eso creí yo.

Al día siguiente no vino a buscarme, no respondió a mis llamadas y no volví a saber nada de él.

              Podrás imaginar cómo me sentí... utilizada, traicionada, engañada, enfadada, indignada, podría seguir todo el día, pero sería aburrido.

Pasé toda una semana esperando a que tuviera la decencia de darme una explicación, de venir a decirme que todo había sido un malentendido, aunque ese momento no llegó.

              Ahora como una de esas heroínas trágicas de las películas para televisión, me sentía como una gran bola de mierda. Como si ya no valiera nada, porque un tío se había aprovechado de mí, me había vendido la moto y yo se la había comprado al contado y sin garantía. Sí sé lo que estarás pensando, dónde queda ese empoderamiento femenino. No encontraba ni rastro en mi estado de ánimo. Era imposible para mí centrarme, los sentimientos de decepción me comían completamente por dentro.

              Me desperecé y observé mi habitación en la penumbra. Había pasado un día y medio durmiendo y llorando y ahora me sentía como una babosa horrible. Mi último curso de instituto empezaría en pocas horas y ya estaba derrotada.

              Me levanté con pesadez y me arrastré hacia el baño. Me lavé la cara intentando que los ojos hinchados que me devolvían la mirada al otro lado del espejo dejaran de parecer dos pequeños peces globo pegados a mi cara no obstante, no tuve mucho éxito en mi empresa.

              Me pasé la mano intentando desenredar la larga melena oscura cuando una idea fugaz me explotó en la mente. 

Necesitaba cambiar, matar a la vieja Emma. La chica estúpida que se dejaba engañar por el primer gilipollas que le comía la oreja debía morir.

              Rebusqué por los cajones del mueble del baño, hasta que di con las tijeras. Me levanté la melena hacia arriba (como había visto en mil tutoriales de YouTube) y pegué el primer tijeretazo.

              —Adiós antigua Emma— susurré para mí, observando cómo un largo mechón de pelo caía sobre la pica del baño.

              El corte resultó ser algo más complejo de lo que había imaginado. En las películas siempre cortaban un poco por aquí y un poco por allá y el resultado era informal pero con estilo. A mí me había quedado una melena desgreñada e informe con el lado izquierdo mucho más largo que el derecho y un flequillo trasquilado que parecía cortado a mordiscos.

Oscura seducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora