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LIAN

Oía de fondo las voces de Emma y Ángel y sabía por lo cortante del tono de mi amiga, que estaba bastante tensa.

Me acomodé en la habitación estrecha y alargada en la que estaba el ordenador. Como el resto de la casa, no tenía demasiado mobiliario, tan solo un escritorio y un sofá. Tecleé entretenida en busca de algún vídeo de Youtube.

De vez en cuando iba aguzando el oído para seguir el hilo de lo que se estaba hablando en el comedor.

Vi unos cuantos vídeos pero poco a poco me fui aburriendo.

Se me pasó por la mente que tal vez no era mala idea fisgar un poco. Si como sospechaba Emma, Ángel era un poco psicópata, tal vez podría encontrar algo.

Había una pequeña cajonera metálica bajo el escritorio, me mordí el labio dubitativa, durante unos segundos, pero cuando me quise dar cuenta mis manos ya estaban abriendo el primer cajón.

Si es que había nacido para el crimen.

Para mi decepción, no contenía más que algunos libros de texto de los que usábamos en el bachillerato artístico y un antiguo estuche de lata sin la tapa superior que servía como recipiente para algunos lápices medio gastados y unos bolígrafos sin tapón.

El segundo cajón no supuso una sorpresa mayor que el primero, estaba lleno de botes de pintura acrílica, algunos pinceles, pegamento, celo, aburrido, aburrido, las típicas mierdas de todos los puñeteros cajones de un estudiante.

Para ser un psicópata potencial, el chico era bastante normalito.

Estuve tentada a pasar del tercer cajón, pero finalmente decidí que era mejor hacer el trabajo a conciencia.

Era el cajón más grande de los tres, dentro había una gruesa carpeta de color azul que seguramente había visto tiempos mejores. Destensé las gomas y ante mis ojos aparecieron un montón de recortes de periódico, algunos comenzaban a amarillear y otros eran visiblemente más recientes.

Los inspeccioné con detenimiento, todos eran sobre chicas desaparecidas. Entre el montón más antiguo encontré unos cuantos que hablaban de Nora Torres, la hermana mayor de Emma. Me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo. Joder, eso sí que era mucha casualidad, ¿por qué tenía noticias sobre la hermana desaparecida de Emma? Iba a resultar que sí que era un psicópata, o como mínimo un tío rarito.

Estaba a punto de guardar la carpeta de nuevo en el interior del cajón, cuando un paquete de cartas aromáticas resbaló de su interior.

Los ojos se me abrieron como platos, menudo cuadro. Cogí uno de los papeles aromáticos y me lo guardé en el bolsillo del vaquero.

Tengo que aparentar tranquilidad, intenté convencerme a mí misma. Los psicópatas son como los lobos, pueden oler el miedo.

Haciendo un esfuerzo digno de una heroína de thriller lo dejé todo recogido para que no pudiera notar que había tocado sus cosas.

Me planté ante la pantalla del ordenador durante unos minutos intentando serenarme, pero no podía aguantar más, solo tenía ganas de salir de esa habitación y sacar a Emma de esa casa de una vez por todas.

Así que me armé de valor y me dispuse a hacer que ambas nos fuéramos de la casa de Ángel de una vez por todas y sin trocear, que viendo las cosas raras que tenía en esa cajonera, era una posibilidad que se hacía grande por momentos en mi cabeza.

Oscura seducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora