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EMMA

El lunes empezó de forma horrible. Había decidido que sería una buena idea que Joel me viniera a buscar al instituto para dar una vuelta y aclarar las cosas. En definitiva, para que estuviéramos en mi terreno, pero Lian me había llamado para comunicarme que estaba enferma de varicela y que no vendría en mínimo una semana. Así que ahora me quedaba sin mi único pilar.

Me encontraba sola ante el peligro.

La primera mitad de las clases pasó como una condena, a ratos lenta y otros ratos desasosegantemente rápido.

Ángel continuaba sentado a mi izquierda y en más de una ocasión le cacé mirándome de soslayo. Sus ojos huían con rapidez cada vez que se encontraban con los mios y eso no ayudaba a que mis nervios se calmaran.

El timbre del descanso sonó desgarrador a las once en punto. Tenía media hora de vacío para poder comerme la olla sin compartir mis inquietudes con Lian y sus comentarios jocosos.

Me senté en nuestro sitio habitual, justo en los escalones que daban a la salida exterior del gimnasio. Saqué un pequeño paquete de galletas de chocolate, en una situación como esta, necesitaba una buena dosis de azúcar en sangre.

Por primera vez en dos semanas el sol brillaba con fuerza, me moví un poco para ponerme por completo bajo la sombra que proyectaba el edificio del instituto. Algunos chicos estaban jugando a fútbol en el patio, mientras un grupo de chicas de cuarto practicaban un baile con una horrible canción de reguetón.

Mordisqueé una de mis galletas con desgana y rebusqué en el bolsillo del pantalón para sacarme el móvil.

Noté que la sombra sobre mí se movía ligeramente, giré la cabeza y vi a Ángel acercándose al escalón donde me encontraba.

—¿Puedo? —me preguntó, con una sonrisa perfecta.

Me encogí de hombros y me moví un poco para dejar un buen espacio entre Ángel y yo. A pesar de compartir sitio en todas las clases, no habíamos vuelto a hablar desde principio de curso.

—¿Dónde te has dejado a Garfunkel?

Mientras se sentaba, me fijé en lo enormemente alto que era este chico. Parecía un jugador de la N.B.A. O por lo menos esa era mi impresión desde abajo.

—Está con varicela.

—¿Varicela? Creía que solo se pasaba de pequeños.

—Bueno, la mayoría la pasamos de pequeños, pero Lian no es como la mayoría. Siempre va contracorriente, para bien o para mal.

—¿Y no tienes otras amigas?

Le miré con el ceño fruncido. Me molestaba bastante que me preguntara una cosa así, pero tristemente era cierto.

No tenía más amigas.

—¿Acaso te importa?

—Sí —soltó tan pancho, mientras se sacaba una manzana de la mochila y la lustraba con la parte baja de la camiseta. Tras terminar de abrillantarla a conciencia, le dio un sonoro mordisco. —Me importan las cosas que tratan sobre ti.

Me había preparado un discurso sobre que no necesitaba moverme en manada durante todo el día, pero el comentario de Ángel me había disipado de repente todos los pensamientos razonables de la cabeza.

—¿Por qué me dices esto ahora?

—Te he visto muy colgada durante todo el día y he pensado que tal vez la joven oriental es tu única amiga.

—La joven oriental es mi mejor amiga y se llama Lian —Decidí obviar que también era la única.

—Un nombre muy bonito, supongo que es chino ¿no?

Oscura seducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora