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EMMA

La noche era fresca, demasiado para una chaqueta vaquera de entretiempo. Tendría que haberme puesto la vaquera con forro, pero había salido tan a lo loco, que había cogido la que no era.

Me sentía perdida, había caminado sin rumbo fijo durante varias horas no obstante, parecía que todos los caminos me llevaban a Ángel. Era en todo en lo que podía pensar.

Estaba harta de tener miedo, el miedo no iba a desaparecer de mi interior, había demasiadas cosas que me aterraban, aunque había algo que sí podía arreglar.

Caminé encogida de frío apretándome los brazos para entrar en calor.

Me paré en una cafetería de la Rambla y compré un té caliente para llevar, echaba de menos la cómoda calefacción de mi hogar y la vieja manta de gatitos que reposaba sobre el cabezal del sofá, a pesar del frío, no tenía ningunas ganas de estar en casa con la cabeza carcomida todo el tiempo por el mismo puto pensamiento.

Tomé un sorbo de té y sin apenas darme cuenta, mi propio subconsciente me había dicho todo lo que necesitaba saber.

Observé sobre mi cabeza el horrible edificio setentero de balcones acolchados con piezas de plástico, que habían visto tiempos mejores. Me acerqué a la desvencijada puerta y sin pensarlo dos veces, llamé al timbre.

Esperé unos segundos, pero tenía tanto frío que empujé la puerta y para mi sorpresa ésta cedió y se abrió.

Un guiño del destino, si subía directamente podría darle una sorpresa. Ascendí por las estrechas escaleras, a lo lejos escuché la voz de Miranda que preguntaba desde el telefonillo,  ya era tarde para contestar, por más que gritara no me iba a escuchar.

Me planté ante la puerta del rellano, tras recargar mis exiguas reservas de valor, cogí aire y llamé al timbre.

Al otro lado apareció Miranda. Me sonrió con alegría. Yo estaba helada y ella tan solo llevaba un top que dejaba toda la barriga al descubierto y unos escasos pantalones deportivos. Si es que era la perfección hecha persona, todo le quedaba bien.

—¡Hola! —Me saludó contenta —pasa —me cogió del brazo y casi me arrastró hacia el interior de la vivienda.

Mi pobre valor se había desinflado bastante.

—¿Está Ángel?

—Claro, está en el comedor, estábamos a punto de cenar, es una suerte que hayas llegado justo ahora, así podrás unirte y cenar con nosotros. Ángel estará encantado. — El tono de Miranda era tremendamente efusivo.

—Solo necesito unos minutos para hablar con Ángel, no quiero molestar.

Avancé por el pasillo arrastrada aún por Miranda, al llegar al comedor el rostro se me quedó lívido del susto. No se habían hecho presentaciones formales,  aunque realmente no las necesitaba, tenía la certeza de que el extraño que se encontraba junto a Ángel era Aarón.

Oscura seducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora