17

15 4 9
                                        

EMMA

El sábado por la tarde había sido el día elegido para celebrar el cumpleaños de Lian. Había estado tan preocupara y liada que apenas había tenido tiempo de salir a comprar un buen regalo para mi amiga.

            Aproveché la mañana para ir corriendo a Barcelona y comprar alguna de las fruslerías preferidas de Lian: una libreta con ilustraciones de gatitos cocineros, unos pendientes con forma de magdalenas rosas con carita kawaii y una camiseta roja con una enorme Ladybug bordada.

Lian había decidido que su fiesta iba a ser una mascarada y como buen desastre personificado, no me había acordado del tema hasta estar de vuelta en casa con el regalo y haberme repantingado cansada sobre el sofá del comedor.

Me levanté con pereza decidida a improvisar algo en el menor tiempo posible.

Encontré un antifaz para tapar la luz que mi madre utilizaba para dormir hasta casi entrado el mediodía, cuando se quedaba trabajando toda la noche. Solo tendría que hacerle un par de agujeros y listo, aunque a mi madre no le haría ni puñetera gracia que me lo cargara.

Recordé entonces un antifaz que siempre estaba guardado en el primer cajón del congelador, era transparente y estaba relleno de un extraño líquido azul brillante, era para ponérselo en el rostro y rebajar la hinchazón de los ojos o algo así. Lo guardé en mi mente como posible opción si no encontraba una cosa mejor.

Iba a volver a mi mullido lugar en el sofá, cuando recordé una máscara veneciana que mi hermana había comprado en las últimas vacaciones que habíamos hecho antes de su desaparición.

Me daba mucho reparo entrar en la habitación de Nora, pero estaba claro que el antifaz del congelador era una mierda comparado con la pedazo de máscara molona que me esperaba tras la puerta de su cuarto.

Respiré profundamente y entré en el cuarto.

La habitación de mi hermana era casi como un santuario, las paredes estaban pintadas de un oscuro color violeta y completamente rebozadas de cuadros, láminas, posters y recortes de revistas. El mobiliario era blanco, pero estaba tan sobrecargado de pegatinas y dibujos que costaba apreciarlo.

Nora siempre había sido una fanática de Tim Burton, por todas partes había imágenes de Eduardo Manostijeras, Beetle Juice, Pesadilla antes de Navidad, Sleepy Hollow... después había una pequeña sección dedicada a Wes Craven, David Cronenberg, John Carpenter y al incomprendido Ed Wood, entre otros. Todas las cosas que representaban el excéntrico gusto de mi hermana mayor.

Paseé por la estancia observando sus cosas con reverencia, el ochenta por ciento de lo que era hoy día se debía indudablemente al peso que mi hermana había dejado en mi vida.

De alguna forma siniestra e incomprensible, me había sentido casi obligada a seguir los pasos de Nora, había mimetizado su aspecto, sus gustos, sus aficiones y la naturaleza había hecho el resto dotándome de un físico casi idéntico al de ella justo antes de su desaparición.

Solo me faltaban las mechas azules que tanto gustaban a Nora.

Abrí la puerta del armario y comencé a rebuscar entre los cajones, estaba segura de que si mi madre me pudiera ver, le daría un síncope. Finalmente encontré el cajón que Nora tenía reservado para su atrezzo, como ella lo llamaba, estaba repleto de sombreros, pelucas, disfraces y por suerte entre todo ello conseguí divisar la máscara veneciana que estaba buscando.

La saqué y la observé durante unos segundos, era verdaderamente inquietante, tenía la forma de un rostro inexpresivo con pequeños labios dorados, era blanca con un ribete de color dorado brillante, en la parte superior había lo que parecía ser un par de cuernos retorcidos que acababan en dos cascabeles plateados. Era perfecta para una mascarada. 

Cerré el cajón y me disponía a cerrar la puerta del armario cuando por el rabillo del ojo vi la chaqueta preferida de mi hermana.

Era una cazadora de cuero con inscripciones en rotulados negro que Nora había hecho por toda la parte inferior de las mangas.

Saqué la percha con la chaqueta del armario y puse la cazadora sobre la cama, la desprendí delicadamente de su esqueleto de madera y me la acerqué a la nariz para absorber su aroma.

Olía a mi hermana.

Un espeso nudo comenzó a formarse en mi garganta, pero me lo tragué de golpe en el momento en el que me di cuenta de que había un libro  en uno de los bolsillos internos de la chaqueta.

Abrí el botón y saqué un libro de su interior, se trataba de El nombre de la rosa de Umberto Eco, estaba notablemente desgastado. Mi hermana solía dejar los libros completamente machacados, parecía que en lugar de leerlos los consumiera, se los aprendiera y los viviera.

Lo ojeé por encima y se me abrió por la mitad, justo donde mi hermana había introducido una flor seca y un papel doblado.

Me quedé paralizada al ver que la flor era una de esas campánulas idéntica a la que me habían dejado sobre la cama unos días antes.

Tomé aire de forma sonora, no me podía parar aquí, necesitaba ver qué había en ese papel.

El corazón pareció detenerse en mi pecho durante unos segundos, en mis manos sostenía un papel perfumado que ya no conservaba su olor, pero no por ello era menos reconocible, era rosa claro y con un corazón en la esquina superior.

En el mismo sitio de siempre a las 21h. Tengo tantas ganas de verte...

Me gustaría que trajeras todas las cartas, hay algo especial que quiero hacer con ellas.

            Eternamente tuyo: A

Solté el papel como si me quemara en las manos, pero es que de algún modo así era. Algo en mí ardía de forma intensa y dolorosa.

La nota estaba escrita en el mismo papel que Lian había encontrado en casa de Ángel y encima firmado con una "A".

Ángel era demasiado joven para haber tenido una especie de relación con mi hermana, aunque en realidad no sabía nada de él, podría tener más años de los que imaginaba que tenía.

Estaba claro que la implicación de Ángel en la desaparición de mi hermana era algo más que posible. El peso de esa certeza se enroscó con fuerza en mi cerebro.

Me dolía la cabeza, la mente me borboteaba de pensamientos que no entendía, pero que no por ello dolían menos. Solo tenía una cosa clara, ese papel no era el mismo que habían utilizado para escribir la nota que encontré en mi casa, pero eso no hacía que Ángel resultara menos sospechoso.

Guardé las cosas apresuradamente y cogí la máscara, el libro y la nota. Era hora de enfrentarme de cara a todos mis miedos.

Oscura seducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora