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ÁNGEL

La llave se le quedó encallada en la cerradura de la portería. Emma comenzó a forcejear por sacarla, cuando lo consiguió la volvió a meter, pero continuaba sin poder abrir la puerta.

No pude contener una sonrisa, me gustaba verla tan nerviosa. Sospechaba que tal vez era un poco culpable.

—¿Me dejas probar? —me ofrecí.

—No, creo que casi está —continuó forcejeando durante un tiempo indeterminado que comenzó a hacerse largo e incómodo para ambos.

Finalmente se oyó un clack y por fin la puerta cedió.

—Ya está —anunció Emma con una sonrisa tensa —esta cerradura siempre da problemas.

—Claro.

Entré tras ella, me paré junto al ascensor y lo llamé.

—No hace falta, podemos ir por las escaleras —invitó Emma, con el pie puesto en el primer escalón, mientras se agarraba a la barandilla.

—¿A un sexto?

—Sí, somos jóvenes.

—Necesito mis fuerzas para cosas más importantes —le guiñé un ojo —¿no será que temes estar a tan corta distancia de mí?

—No.

—Entonces esperemos el ascensor.

—Yo pienso ir por las escaleras — comenzó a subir enfurruñada.

Estaba claro que la ponía muy nerviosa y eso me encantaba.

Salí del ascensor y esperé apoyado en la pared con la sonrisa más petulante que pude pintar en mi rostro. La vi llegar por las escaleras, cansada y con la respiración un tanto jadeante.

—Es el sexto tercera —me indicó con la voz entrecortada.

Era muy divertido que fuera tan orgullosa.

Abrió la puerta con menos dificultad que la de la portería.

Entramos y atravesamos un pasillo largo que conducía al comedor.

—Puedes dejar tus cosas ahí—señaló un sofá de piel blanca —yo ya he dejado los materiales preparados así que saca los tuyos y vamos a por faena.

—Calculo que unas tres horas no nos las quita nadie —me acerqué al sofá y dejé la mochila tal y como Emma me había indicado, después saqué mis materiales y empecé a prepararlos también.

Me senté en el suelo de parquet con la espalda apoyada sobre la parte baja del sofá.

—¿Quieres algo? —ofreció Emma con amabilidad.

—Esa es una pregunta muy abierta... —le guiñé un ojo.

—¿Quieres algo de comer? —preguntó muy seca.

—Sigue siendo una pregunta muy abierta para mi imaginación.

Emma resopló y se perdió tras la puerta de la cocina.

Aproveché para echar una ojeada a la decoración de la sala. Era un comedor grande y luminoso, a pesar de que ya estábamos en los últimos días de septiembre y las tardes empezaban a hacerse más cortas.

Los muebles eran blancos, igual que las paredes y los marcos de todas las fotos que colgaban por detrás del sofá. Las fotos eran en blanco y negro con algunos detalles puntuales pintados a color.

Me acerqué para poder mirar con detenimiento los retratos. Todos eran de Emma y de Nora. Ambas morenas y con intensos ojos verdes, ambas pálidas y de gruesos labios. Ambas preciosas.

Emma irrumpió de nuevo en el comedor con un bol de palomitas y una jarra de té frío con limón. Lo colocó todo en un lado de la mesa y marchó a buscar más.

Fui detrás de ella para echarle una mano.

—¿Te puedo ayudar en algo?

Emma pegó un respingo.

—Me has asustado.

—Lo siento, no era mi intención. Solo vengo a ayudarte. —Y no tienes ni idea de cuánto, pensé.

—Coge los vasos y ese bol de galletitas saladas que hay sobre el mármol.

Alargué el brazo al mismo tiempo que Emma cogía un plato con mini pizzas que había cerca del bol que pretendía coger.

Nuestras manos se rozaron durante solo un segundo, pero pude ver turbación en los ojos de Emma.

Era la primera vez que nuestra piel se rozaba y la electricidad que sentí me dejó confuso.

Retiré la mano y me ahorré el comentario ácido de turno, que sin duda Emma estaría esperando.

Ambos nos dirigimos de vuelta al comedor en silencio.

—Creo que con tanta comida no vamos a poder pintar, no queda espacio para nada —observé divertido, con un apetito cada vez más voraz.

Emma apartó sus cosas de pintura a un rinconcito de la mesa y me hizo un gesto con la mano para que me lanzara a comer algo.

—La verdad es que no me parecía tanto cuando lo estaba sacando.

—Tengo mucha hambre —di la vuelta a la mesa y me volví a sentar en el parquet frente al sofá —hoy Miranda no estaba en casa y no me ha dejado ni sobras, ni nada y como tenía que preparar una lavadora y recoger algunos platos, se me ha echado el tiempo encima y no he podido comer nada.

—¿Miranda? —cortó Emma con el ceño fruncido.

—Sí, Miranda ¿te gusta el nombre?

—Eh, sí... es un nombre poco común... —carraspeó y apartó la mirada.

—Es la única Mirando que conozco, puede que sí sea poco común —me encogí de hombros, pero por dentro sentí una especie de regodeo.

Me había parecido percibir más afán del normal en averiguar quién era miranda. Eso me hizo sonreír. ¿Podía significar que se interesaba un poco por mí?

Oscura seducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora