13. Tienes que irte

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Alexandra Williams. 

Mis párpados se separan lentamente, y cuando empiezo a estirarme, siento su calidez detrás de mí. Mientras la consciencia se asienta, me doy cuenta de que me sostiene en una posición de cucharita que por alguna razón que no me detengo a analizar, resulta agradable y cálida con él.

Desde que mi corazón se rompió de manera irreparable hace 5 años, nunca había compartido nada así con un hombre, y no entiendo por qué no estoy más exaltada por ese hecho.

Supongo que es difícil exaltarse por cualquier cosa mientras siento su respiración en la parte de atrás de mi cuello.

La botella de vino vacía y nuestras dos copas siguen en la mesa de noche, porque nuestro segundo round fue tan intenso que necesitamos de algo de motivación líquida para un tercero que al final nunca llegó, porque solo estuvimos hablando y riéndonos de cosas estúpidas mientras bebíamos vino y yacíamos desnudos en mi cama.

No paramos de tocarnos y lanzarnos frases sugerentes todo el tiempo, y toda esa intimidad caliente y sensual con él resultó...excitante. Pero también es peligrosa, y la cuestión es que me da igual, porque justo ahora, no me interesa detenerme.

Bajo la mirada hacia mi vientre, donde su mano se encuentra apoyada. Mi pañoleta sigue anudada alrededor de su muñeca y me hace sonreír.

Con un suspiro de satisfacción, intento levantarme, pero su brazo me retiene dónde estoy.

- ¿A dónde va? – Murmura detrás de mi cuello con esa voz ronca y sexy de recién levantado

- Al baño. Sigue durmiendo, es muy temprano – Le respondo en un susurro

- No se vaya. Quédese durmiendo conmigo – Me dice sin siquiera abrir los ojos

Su brazo se enrosca alrededor de mi cintura y me acerca a él, sin dejarme salir de la cama. Está todo cálido y delicioso por el sueño.

Su erección mañanera anida contra mi culo casi con dulzura, como si no estuviera buscando nada.

Pero resulta que también está cálida y sedosa a primera hora de la mañana. Y te juro que ni siquiera estaba pensando en eso. De hecho, sigo parcialmente dormida, pero mis caderas se frotan contra él de todos modos.

Gruñe.

- Quieta - Me advierte

- Lo siento - Susurro. Cierro los ojos en su abrazo y me regocijo en su calidez y en la placentera comodidad de este momento que se siente detenido en el tiempo.

Pero su mano sube por mi vientre desnudo hasta acunar uno de mis pechos. Frota mi pezón con la punta de ese dedo de guitarrista, y mis nervios responden a esa textura áspera contra mi piel sensible. Suspiro.

- Quieto - Lo imito

- Lo siento - Responde en voz baja mientras esconde la nariz en la parte de atrás de mi cuello.

Echa mi pelo a un lado y deja un beso abierto, mojado y caliente en la curva entre mi cuello y mi hombro.

- Pensé que querías seguir durmiendo - Le reclamo

- Quiero - Asegura

Me muerdo el labio inferior.

La única cosa más sensual que su voz ronca habitual es su voz rasposa y baja cuando recién se levanta. Haría una fortuna si pudiera conservar esa voz y grabar discos con ella.

La mano que se quedó detenida en mi pecho se desliza perezosamente por mi vientre. Me acerca ligeramente a sus caderas, de manera que su erección mañanera se frota contra mí. Su gemido ronco suena en mi oído.

No te vayas  » Juan Pablo Isaza (Morat)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora