15. ¿Estamos claros?

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Juan Pablo Isaza.

Me despierta el ruido de la turbina del avión, y por un segundo trato de recordar a donde estoy yendo.

Por alguna razón, una imagen de París parpadea en mi cerebro dormido, pero estoy seguro de que no tengo ningún compromiso en París por estos días.

El ruido de la turbina se detiene, pero no siento que el avión se haya movido para aterrizar.

Oh, oh.

Mis párpados se separan, porque al menos quiero estar despierto en mis últimos minutos de vida.

La turbina vuelve a sonar justo cuando me doy cuenta de que estoy en la habitación de Alex, y lo que suena no es una turbina, sino un secador de pelo. Ella está de pie ante su lavamanos trabajando en su cabello. Desliza el cepillo sobre su flequillo y le da forma con la facilidad de la práctica. Luego, se pasa los dedos por ese pelo del color del fuego y, luciendo conforme con el resultado, vuelve a guardar el secador en su sitio bajo el lavamos.

Lleva puesto un vestido de tubo azul marino de manga corta, así que cuando se inclina, la prenda se pega a su culo de una manera pecadora. Es un vestido recatado y ejecutivo, pero esas curvas lo hacen lucir decadente. Sale del baño en puntas de pies sin darse cuenta de que ya estoy despierto.

Se detiene ante una peinadora y se pone su reloj y un par de pendientes. Se inclina de nuevo ante el clóset y agarra un par de zapatos de tacón, aunque no se los pone, supongo que porque está cuidando mi sueño.

- ¿A dónde va? – Susurro con voz ronca. Ella da un salto del susto

- ¡Mierda! – Exclama. Los zapatos se le caen, y se lleva la mano al pecho con expresión de terror

- Lo siento – Murmuro. Ella me hace una seña de desinterés con la mano

- ¿Te desperté? Lo siento. Tenía que prender el secador, porque mi pelo está teniendo un día de mierda. Vuelve a dormirte. Es demasiado temprano – Me dice, y hasta entonces me doy cuenta de que la habitación sigue casi a oscuras

- No se vaya – Susurro, acurrucándome entre unas mantas que no recuerdo haber tenido anoche

- Me convocaron a una junta urgente – Me responde, y luce extrañamente triste por decir eso.

¿La convocan a esas juntas por telepatía? Porque si sonó un teléfono o un despertador, yo no oí nada.

Sube un pie y se pone un tacón, y luego repite la operación con el otro.

Se acerca a dónde estoy y deja un beso suave sobre mi mejilla.

- Estás muy cansado. Duérmete – Me repite – Quédate todo el tiempo que quieras, y bloquea la puerta cuando salgas

- No se vaya – Le repito

- Duérmete, cariño. Nos vemos más tarde – Dice en voz baja, casi arrullándome. Me pasa los dedos suavemente por el pelo, y mis ojos se cierran.

Me acaricia el pelo hasta que me quedo dormido otra vez.

Me despierta el sonido de mi celular mucho tiempo después. El sol entra a raudales por la ventana de la habitación.

Según su reloj de pared, son las 9:35. ¿A qué hora se fue ella entonces?

Me estiro hacia su mesa de noche, en donde dejé mis cosas, y contesto.

- ¿Hola?

- ¿Está dormido? – Me pregunta la voz de Simón del otro lado

No te vayas  » Juan Pablo Isaza (Morat)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora