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Vicente.

El rancho estaba vacío, todos habíamos llegado gritando, pero no hubo una respuesta de Cali.

—Vicente, ya viene tu papá— Isidro llamo mi atención.

Mi vista se fijó en ellos, los hermanos de Caliope estaban realmente mal, se les miraba en la cara e incluso en su forma de hablar.

Ahora mi vista estaba en mis hermanos,  también estaban mal, pero por el contrario de los Barraza, oprimian sus emociones, como papá nos había "enseñado"

Finalmente me fijé en los Guzmán, Iván hacía llamadas, y llamadas mientras que Ovidio estaba más pálido que cuando Iván se enteró que sería papá.

—Fabricio ya es hora— Fernando llamo la atención de todos.

—¿La hora para qué?— le dije yo.

—La hora de hablar— el estaba sereno, pero su tono de voz demostraba otra cosa.—Cuando Cali regrese, la llevaremos con nosotros a Durango— dijo mientras se paraba y todos imitamos su acción.

Me aterraba el pensar que se la llevarán, pero ciertamente sabía que ella estaría mejor allá que aquí.

—No puedes llevártela— el viejo entro por la puerta— Es mi hija, no me alejaras de ella.

—Papá—  dije haciendo que me viera.— Solo será un tiempo—.

Mi apa negó y se acercó a Fabricio, a quien le suplico que no lo hiciera, finalmente quedaron en el acuerdo de que Cali tomaría la decisión.

Ovidio iba a comenzar a hablar cuando La camioneta de Caliope llegó junto con otras 5, todos salimos corriendo, incluso mi apa y Mariel, quien se había mantenido en silencio.

—Gracias a Dios— Iván hablo.

La puerta del lado del piloto se habrío, dejando ver a la Perri.

—¿Dónde está mi mujer?— pregunto Iván.

—Encontramos su camioneta en la entrada de Culichi— dijo este haciendo que mi corazón latiera rápidamente.

—¿Y ella?— pregunto Ovidio.

La Perri negó.

—Es definitivo, cuando Cali regrese ¡Nos iremos a Durango!– grito Fernando enojado y desesperado.

—No lo harán.— dijo mi apa con lágrimas en los ojos.

—Si lo haremos, Caliope está aquí solo sufriendo, ella se irá con nosotros, ¡y me vale 5 hectáreas de verga a quién le guste y a quién no!— el enojo en la voz de Fabricio era notable. Era la primera vez que callaban a mi apa, la primera vez que callaban a los Guzmán, y Zambada.

Caliope.

Mi vista estaba en la pulsera que Sebastián me había regalado.

Habían pasado solo 5 horas, pero yo ya había buscado Miles de formas en las que trataría al menos de escapar.

—¿Cómo te sientes mi reina?— nunca me había dado tanto asco el que me llamarán así.

No respondí.

—Sabes como se llamarán nuestros hijos— dijo y voltee a verlo.

Su mirada me daba escalofríos.

—¡Contestame o te vuelo el puto cerebro!— gritó mientras me ponía la pistola en la cabeza.

—No.. No lo sé— contesté temblando mientras que el me levantaba la cara fuertemente.

—Ramón y Benjamín, pero solo llevarán mi apellido, Arellano— contesto orgulloso mientras el miedo se convertia en mi mejor aliado.—Y serán los Narcos mas peligrosos y respetados de toda América—.

El se levantó y me dejó ahí.

El queria a mis hijos para formarlos a su semejanza, tantas veces soñé que si tenía un hijo, le vestiria de botas y Sombrero, camisa de cuadros y pantalón vaquero, mientras el jugaba entre las parcelas y yo lo veía a el, al lado de mis hermanos.

El está arrebatando poco a poco mi vida, mis sueños, mi ilusión.

—Estaremos bien bodoques— dije sobando mi vientre mientras mis lágrimas bajaban.

Esto no era nada comparado a dónde me torturaron la vez pasada, estaba segura que estábamos en casa de el, por la construcción de la propiedad. El cuarto donde yo estaba estaba con llave, y no había ventanas.

Ramón había vuelto a entrar, pero a su parecer yo estaba dormida, por alguna cuestión que agradezco en el alma, olvidó cerrar la puerta.

—Gracias a Dios— susurré.

Empecé a andar divagando por la casa.

No había seguridad ni rastro de él.

Mire la puerta y no dude en tomar la oportunidad de salir y empezar a correr.

Sostenía mi vientre mientras mis pies descalzos dolían.

—Por favor, por favor, Dios ayúdame— suplique en susurros al escuchar el motor de una camioneta.

No sabía dónde estaba, pero a según el panorama, lo más probable era que estuviéramos en la sierra.

Corrí al rededor de unos 40 minutos, que se vieron reflejados en los colores del cielo. Me detuve un momento y mire atenta la única estrella que había.

Papito, por favor cuídame.

Empecé a escuchar pasos del alguien que corría hacia mí, pero cuando quise dar el paso, mi pie se doblo haciendo que cayera.

Ramón.

—Ya valiste verga mija— le dije cuando la levanté del cabello.

—¡Por favor suéltame!— grito una y otra y otra vez hasta que le di un cachazo en la cabeza.

Mujeres. Todas igual de locas.

Mire su vientre mientras la subía en la camioneta, su abultado vientre me formó una sonrisa en mi cara.

—Los haré como Dios creo al hombre, a mi imagen y semejanza— dije imaginando un futuro. —Ustedes serán preparados para acabar con todo el CDS—asegure. —y en lo que a su madre, quedara seca solo de darme El imperio Arellano de nuevo.

Conduci casi una hora y media, hasta llegar a la casa dónde había crecido de niño.

—Por favor no me hagas nada— dijo cuando despertó bruscamente y se dió cuenta que si ropa de la parte superior de su cuerpo ya no estaba.

—Ponte de rodillas— le dije seriamente y ella negó repetidamente.—¡O TE PONES DE RODILLAS O TE METO UN PINCHE TIRO, VERGA!— le grite mientras le apuntaba.

Ella obedeció temblando.

Regrese mi vista a mi otra mano, el látigo estaba listo para usarse.

—Es para que aprendas ¡Pinche perra! Tu solo eres mía— le dije mientras le azotaba.

Su espalda en este momento estaba llena de sangre.

Caliope.

Sentía el dolor quemar mis huesos, y en lo único que pensaba en mis hijos, en que estuvieran bien.

—¿Te quedó claro que eres mía?— dijo pegándome con más fuerza cada ves.

—¡Ahh!— grite de dolor mientras me doblegaba.—dejame por favor— dije lo más recio que el dolor me permitía.

—40 azotes— dijo riendo— eso va a dejar marca, mi reina—.

—¡Caliope!— 

Su voz, estaba aquí.

Dos disparos se escucharon en esa habitación.





𝐋𝐚 𝐩𝐫𝐢𝐧𝐜𝐞𝐬𝐚 𝐩𝐞𝐫𝐝𝐢𝐝𝐚 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora