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Día de Resurrección.


Iván.

Miraba a la mujer que tenía en mi pecho mientras ella dormía, mi vista ahora estába en su mano y en como buscaba mi pecho para ponerla ahí.

–Te voy a cobrar por verme– dijo mientras me la imaginaba sonríendo.

–Te vas a hacer rica entonces– conteste riendo y ella se acercó a besar mi boca.

Disfrutaba mucho el sentirme así, en paz.

–Esta haciendo un calorón– dijo viéndome.

–Voy a ir por un caguamon con mis cuñados– dije haciendo que ella levantará la ceja.

–Te voy a hacer un pinche caldo pa que se te quite– dijo mientras cruzaba sus brazos y caminaba hacia el baño.

Analice a Caliope, el embarazo la hace ver preciosa, la palidez de su piel resalta el azul de sus ojos, mientras que sus pechos aumentaban en tamaño, sus caderas también lo hacían. Caliope es hermosa, siempre lo supe.

–¡Iván!– dijo ella saliendo del baño y viéndome– ¿Ya tienes el nombre del bebé?–

Habíamos quedado que cada quien escogería el nombre de uno.

–Si ¿y tú?– contesté sonriendo. Ella asintió.

–Tu primero dime– se sentó en mis piernas mientras ponía mis manos junto con las suyas sobre su vientre.

Nestor Archivaldo– me miró sonriendo y asintió rápidamente.

Le hice una seña con la cabeza de que ahora era su turno de hablar.

Ovidio Gerardo– la miré con sorpresa mientras ella me daba una tímida mirada.

Estoy seguro que ella me ama, tal vez más de lo que yo lo hago, pero la conexión que ella tenía con Ovidio sin duda era más grande que la nuestra, era como la que tenía con Vicente. Y honestamente prefiero que mi hijo se llame Ovidio a Vicente.

–Imaginate mija– llamé su atención– cuando vayan al kinder y tengan que aprender a escribir sus nombres– dije haciendo que ella abriera los ojos grandemente.

–Nestor Archivaldo y Ovidio Gerardo Guzmán Zambada–Barraza– ella sonrió pero le salió más como una mueca– que sepan que la vida va a estar tan cabrona como el aprender a escribir su nombre.–

Dijo mientras reía contagiandome de su risa.

–Amor– era la primera vez que sentía que esa palabra aceleraba mi corazón.–Tu y mis hijos son mi hogar– le dije haciendo que ella me mirará ahora llorando.

Caliope.

–Hoy estamos más románticos que lo normal– le acaricie el cachete.

–Hay que levantarnos– asenti y ambos caminamos hacia la puerta, para después salir y bajar por las escaleras.

Mi teléfono sonó, era el mismo número que me había estado mandando mensajes. Aunque quisiera negarlo o disimularlo estaba demasiado paranoica.

–Hola mi amor– mi papito llegó abranzadome, quitando a Iván de mi lado–Tu Haste para allá ladrón de Caliope– todos lo miramos sorprendidos.–Desde que estás con el te olvidaste de mi mija– ahora todos reían.

Mi mamá me dió una rápida mirada, pero está mirada era profunda, pude saber que algo no estaba bien.

Rato después estábamos mi mami y yo en la cocina.

–Cali– dijo ella viéndome–¿Tu sabes cuánto te amamos, cierto?

–Claro mamá– dije acercándome a ella.

–Por eso entiendes que que no queremos que cualquier persona te alejé de nosotros– dijo mientras veía a todos lados y luego me miraba a mí.

¿No es normal que me dé miedo estar con mi mamá sola, o sí?

Iba a contestar cuando Ovidio entro por la puerta haciendo que mi mamá sonriera y saliera de ahí.

–¡Gracias a Dios que llegaste!– dije mientras lo abrazaba y el me correspondía de manera confundida.

–¿Todo bien?– dijo Iván mientras llegaba con Fabricio y Vicente.

–Si amor– dije acercándome a mis hermanos para saludarlos, pude mirar la rápida mirada que le dió Ovidio.

El asintió y sin más todos salieron de ahí.

Me quedé de nuevo en la cocina mientras miraba por la ventana, una persona se llevó mi atención, al parecer era alguien nuevo, miraba cada rincón del rancho, hasta que su mirada topo con la mía, pero rápidamente la desvío.

Ignore el echo de que me sentía vigilada, y seguí como si nada pasará.

Una semana después.

Hoy tenía que bajar a Cualiacan por unas cosas, además de que tenía muchísimo antojo de aguachiles. Le avisé a Iván que saldría, pero no respondió mi mensaje, quise avisarle a alguien más pero preferí no hacerlo.

–Amonos pues hijos de su madre– me dije a mi misma mientras sentía las patadas de mis bebés.

Subí a la camioneta y comenzó el viaje, toda el camino una Tacoma blanca polarizada se mantuvo cerca de mi, al principio pensé que era gente de Iván, o de mi familia, pero eso cambio cuando la troca me arrebaso y me cerró el paso.

Quise dar para atrás pero no funciono, había otra troca detrás.

Esto no me puede estar pasando, no otra vez.

Mi vientre dolía, como mi pecho lo estaba haciendo, hace un mes según el doctor el 70% del cáncer había desaparecido, así como estaba a muy poco que me desintoxicara totalmente de las drogas.

La puerta de la Tacoma se abrió, y de ahí bajo un hombre.

Sentí mi corazón parar por un momento. Mis manos y cuerpo temblaban mientras mis lágrimas bajaban en abundancia.

–No, No– susurré una y otra vez mientras negaba–Debo de estar loca– baje de la camioneta yregrese la mirada al hombre que tenía enfrente, abracé mi vientre tratando de calmar el dolor y de ese modo mi ansiedad.

Hola mi reina–

No me di cuenta cuanto se había acercado, hasta que lo mire frente a mí.

–Esto no puede ser– dije negando mientras el sonreía viéndome.–Tu estás muerto– susurré tratando de convencerme.

Resucite– me dijo con notable sarcasmo– Y que Dios se apiade de nuestras almas, Mi Cali–

No supe nada más de mí.

𝐋𝐚 𝐩𝐫𝐢𝐧𝐜𝐞𝐬𝐚 𝐩𝐞𝐫𝐝𝐢𝐝𝐚 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora