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Narrador Omnisciente.

📍El Dorado, Culiacán Sinaloa.

Por 3ra vez se habían terminado las rosas rojas en aquel estado y sus estados vecinos, en las televisoras no se hablaba de algo más que de la muerte de los hijos de uno de los capos más poderosos del mundo, El Chapo Guzmán.

—Mi amor por favor— la mujer pelinegra de grandes ojos, susurraba mientras estaba aferrada a la caja.—No debiste dejarme, ¡No debiste hacerlo Iván!— le gritó golpeando la caja.—¡Prometiste estar conmigo siempre! ¡Prometiste cuidar a tus hijos!— sin más cayó de rodillas al suelo.

Por el otro lado las bandas tocaban, pero no había una melodía única. Por un lado se escuchaba una cantando "Un día a la vez" por el otro "Con la suela roja" pero había otra canción que llamaba la atención de los invitados. Las mañanitas sonaban mientras que Serafín, tomaba, era el cumpleaños de Ovidio.

4 hijos siendo enterrados en el mismo lugar.

—¡Quiero ver a mis hijos!— grito el chapo y el nerviosismo de su compadre aumentaba cada vez más.

—Ya le dijeron que n…— antes de que el Mayo pudiera hablar, Caliope abrió el ataúd de Alfredo.

Caliope.

Sentía el pecho arder, mientras que al mismo tiempo pensaba que mi corazón dejaría de latir, el estaba ahí, mi cuñado, compadre y amigo estaba ahí.

—Mira nomás como te trato la vida carnal— Vicente llegó con él, y mi coraje hacía el no tardó en llegar.

—Pinche madre Alfredo— dijo don Joaquín llegando mientras que sostenía a la señora Alejandrina.—Les dije que no fueran—

¿Por qué les diría que no fueran? ¿Que no fue el quien los mando?.

Pude mirar como mi suegro apretaba sus puños y como el señor que dice ser mi padre se empinaba la botella de Whisky, viendo atentamente cualquier movimiento.

Moría de ganas por abrir el de Iván, por ver su cara, una última vez, mis hijos estaban dormidos, con lagrimas llenando mi rostros, me acerque a ellos, Néstor era muy parecido a Iván, tenía los mismos rasgos todo, mientras que mi pequeño ratoncito, era más parecido a mí.

Estaban bajando las cajas a la fosa, no me habían dejado verlo una última vez, me dolía en el alma, el saber que se había ido, que me había dejado.

—¡IVÁN!— grite desesperada—¡No me dejes sola! ¡No de nuevo! Yo te necesito mi amor— dije susurrando, mientras sentía como me derrumbaba, mi cuerpo entero estaba temblando. No quería y no podía dejar ir al amor de mi vida así como si nada.

—Ya mi reina— Serafín me abrazaba mientras trataba de mantenerme de pie, pero mis piernas ya no reaccionaban. —Te prometo, te lo juro Caliope— dijo tomandome fuerte de los brazos para evitar que me cayera.—Los vamos a matar— asenti lentamente—Vamos a matar a todos y nos vamos a ver en el infierno—.

Habían pasado 4 horas, ya solo yo estaba ahí, todos se habían ido.

—Te amare Siempre Iván— dije entre sollozos.

Miraba las fotos, Edgar, Ovidio, Alfredo e Iván, todos aquí, juntos de nuevo.

—Hoy que estaba en el rancho, lloré— dije mientras me aferraba a nuestra foto.—Llore por qué tu voz no estaba en la casa, lloré por qué recordé el día que me pediste que me casará contigo, recordé cada mañana dónde me demostraba que me amabas con todo tu ser—.

Mi garganta se cerró por un momento, mientras que comenzaba a temblar, cada vez más recio.

—Te voy a amar y extrañar siempre, y le contaré a nuestros hijos, todos sobre tí—

Mire mi anillo de bodas. Prometo no quitarlo jamás, dije en mis pensamientos.

—Y prometo, que voy a acabar con aquellos que los arrebataron de mi lado—.

Limpie mi cara una vez más, y sin más salí de ahí junto a mis bebés.

—Nos veremos en el infierno apa— susurré cuando lo mire de lejos.

Desconocido.

Miraba todo negro, mientras escuchaba ruidos, no lograba descifrar las voces, aunque trataba de hacerlo.

—Quieto pues verga— mi vista en chinga se enfoco a un cabron.

—¿Que perras quiere de mí?— sabía que había escuchado su voz en algún lado.

Por más que quisiera, trataba de ver su rostro, pero no podía hacerlo, lo tenía cubierto por un pasamontañas negro.

Cuando estaba apunto de hablar, lo quito de su rostro, haciendo que yo dejará de respirar pero que mi corazón se fuera en chinga.

Hierba mala…— me dijo viéndome fijamente.

Nunca muere

𝐋𝐚 𝐩𝐫𝐢𝐧𝐜𝐞𝐬𝐚 𝐩𝐞𝐫𝐝𝐢𝐝𝐚 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora