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Iván.

7hrs. Después.

Estaba en una habitación mientras escuchaba llantos, mis hijos habían nacido, mi niños estaban aquí.

—Estan preciosos— sonreía Cali mientras me miraba con el pequeño Néstor Iván, mientras ella cargaba a Ovidio, al final nos decidimos por esos nombres.

—Si lo estan— me sonrió.

—Ivan— me habló.—¿Dónde están Ovi y Será?—

Perra madre.

Me quedé en silencio.

—¿Dónde están ellos? ¡Perra madre Iván, contestame!— su voz ya estaba quebrada

—Cali, tranquila ¿Sí?—  pedí, sintiendo las lágrimas rodar por mis mejillas.

—Archi, dime por favor que están bien, que todos están bien, que estaremos felices ahora con nuestros bebés—.

Le hable a una enfermera para que viniera por los bebés, lo que le diría a Cali, sin duda la destrozaría. Tanto como a mí.

—Mi amor— ella me miró y yo suspiré.— Ovidio murió—

Caliope.

Ovidio murió.

Ovidio.

Está muerto, el murio.

El me dejó, me dejó sola.

Solo el amor duele de esta manera. Nunca comprendí las palabras de mi mamá hasta que mi papá murió, hasta que mis hermanos me abandonaron, hasta que mi alma gemela se murió.

—Dime que es un juego Archi— dije reteniendo mis lágrimas y apretando mis manos para que dejarán de temblar.

—Ojala fuera solo un sueño mi amor— Iván tomo mi mano.

Tome su cara entre mis manos, y lo mire a los ojos.

—Lo siento tanto Archi— dije llorando, y el comenzó a llorar junto conmigo.
— No sabes cómo me duele— le susurré y el se aferró más a mí.

—Me quema el pecho Cali, el era mi carnalito—

No ocupo decir más, por qué fue suficiente para que yo sintiera también su dolor.

Mis ojos ardían mucho, pero había otra preocupación que no me dejaba en paz.

—Mi niña—  mi papi llegó y alejo a Iván de mi, quien solo me dió media sonrisa y salió del cuarto.—¿Cómo estás princesa?—

Lo miré.

—Ovidio murió— ellos me miraron, a Vicente y mi papá parecía no importarles, no hubo una reacción, más que solo mirarse, uno al otro.

Por parte de Mayito, el solo mantenía la cara agachada.

Algo no está bien.

—Lo sabemos princesa— Vicente me abrazo fuerte.—Lo siento mucho— me susurro y me abrazo fuerte.

—¿¡Dónde está Ovidio!?— escuche los gritos débiles de serafín, y solo pudieron romper más mi corazón.—¡Caliope!—.

—Aqui estoy Sera— trate de gritar, pero no pude hacerlo. Fue Iván quien lo llevo en una silla de ruedas.

—Cali, por favor dime qué no es cierto— el tomo mi mano, con la mirada le indique a todos que salieran.

—Se nos fue hermanito— dije y el como pudo se paró. —El ratón se nos fue y no pudimos hacer nada— comencé a gritar y a llorar.

𝐋𝐚 𝐩𝐫𝐢𝐧𝐜𝐞𝐬𝐚 𝐩𝐞𝐫𝐝𝐢𝐝𝐚 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora