Lo siento...

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Para no llamar demasiado la atención, bebí varios tragos y traté de bailar en la pista, aunque fuera sola o con algún tipejo que se me atravesara en el medio. Estar en la mira del bartender me tenía con los nervios a flor de piel. Entre más pasaban los minutos, más me desesperaba por dentro. El tal Wesley Ford no aparecía por ningún lado, y ese hecho me ponía aún más ansiosa.

—Vayamos a un lugar más privado, belleza — me susurró el hombre con quién llevaba bailando un rato.

—¿Qué lugar? — me hacía la ebria, para no levantar sospechas.

—Ya verás, lindura. Te puedo asegurar que la pasáramos muy rico.

—De eso no me cabe duda — miré de reojo la segunda planta, en el mismo instante en el que Wesley Ford bajaba por las escaleras de metal—. Pero será en otra ocasión. Por ahora debo irme.

—¿A dónde crees que vas, lindura? — se aferró de mi cintura, y suspiré—. Ni creas que la fiesta se ha acabado.

—Para mí ya acabó. Si no me suelta...

—¿No te haces ni una idea de quién soy? — bajó la mano a mi trasero y la otra la enredó en mi nuca, acercándome más a su pecho—. Ninguna perra como tú me deja caliente.

—Suelta a la chica, Mark — tan clara, pero autoritaria, una voz se hizo presente a mi espalda—. Tiene cinta negra. Sabes que no la puedes tocar.

¿Cinta negra? ¿De qué está hablando? Por más en que tratara de descifrar las miradas que se dieron esos dos hombres, fue imposible. El hombre con el que bailaba; el tal Mark, me soltó de mala gana y se marchó luego de darme una mirada un tanto extraña por todo el cuerpo.

Wesley Ford me guio hasta uno de los reservados del club, por lo que, quedamos solos tan pronto la puerta se cerró a su espalda. La habitación era sencilla; había una mesa, un largo y ovalado cojín rodeándola, un par de velas decorando el ambiente y brindando luz, y un largo tuvo en todo el medio del salón. No hay nada que pueda decir que algo malo sucede en este lugar.

—Amaranta, ¿verdad?

—Que buena memoria tiene, señor...

—Eso mismo no puedo decir de ti — sonrió ladeado—. Toma asiento, por favor. ¿Quieres algo de beber? Claro está que sin alcohol. Te ves bastante ebria.

—Agua está bien.

Tomamos asiento, y de su bolsillo sacó una pequeña fotografía, la cual puso al revés sobre la mesa. Dejó la mano sobre ella, y me dedicó una sonrisa que no supe descifrar. Teniéndolo tan cerca, noté que Wesley no tiene ningún parecido físico a Royce Ford. El cabello de Wesley es rubio, ojos claros, aunque no logro distinguir su verdadero color. Es muy joven, a simple vista se ve que debe ser alguien que me sobrepasa por unos años de edad.

—Sé que eres Natalie Valencia. Abigail me habló mucho de ti — el corazón se me paralizó tras escuchar esas palabras—. No te culpo, si hubiera atravesado por algo similar, haría lo mismo que tú estás haciendo con tal de encontrar alguna respuesta. Pero has cometido un gran error al venir a este lugar...

—¿De qué hablas? Soy Amaranta, no Natalie — sonreí, a pesar de que el corazón me martillaba segundo a segundo fuertemente dentro del pecho—. Estás equivocado.

—Raramente me equivoco — llevó todo mi cabello por detrás de mi espalda y trazó suavemente el tatuaje que me deja al descubierto con la yema de sus dedos—. No creo en las coincidencias.

Temblé ante su roce, no sé si al verme descubierta, o porque su caricia fue extremadamente suave.

—Cualquiera puede tener un tatuaje, ¿no? — aparté su mano, y volví a cubrirme con el cabello—. Si era todo lo que tenías que decirme, entonces mejor me voy.

—Nunca me referí al tatuaje, ¿o sí? — giró la fotografía y todo mi ser se congeló—. Ella me pidió que hablara contigo en cuanto tuviera oportunidad, pero con toda la investigación que has hecho en contra de Royce, me era imposible
llegar a ti sin que él se diera cuenta. Lo mejor es que te vayas, este no es lugar para que hablemos de ella y el mensaje que te quería dar.

—¿Por qué la asesinó? Es una pregunta muy sencilla, por lo que la respuesta no debe ser tan complicada.

Se quedó en silencio, mientras que mi corazón bombeaba fuerte y de mis ojos se escapaban las lágrimas. No podía esconder por más tiempo lo que esa fotografía tan horrible de mi hermana muerta, generaba en mí. El frío que me recorría el cuerpo era tan helado como su piel.

—Este no es lugar para hablar sobre esto — guardó la fotografía, se levantó de la silla y me ofreció su mano—. Dame la mano —pidió, pero me negué a tomarla.

—¿Tuvo algo que ver con su muerte?

—No. Dame la mano — insistió, pero no me dio tiempo de responder cuando me tomó de ella y me haló hacia su cuerpo—. Te daré todas las respuestas que quieras, pero aquí no.

—¿Por qué no? — me envolvió tan repentinamente entre sus brazos, que no me percaté de la manera tan íntima en la que me tenía—. ¿Qué estás haciendo?

—Solo no hables — me giró bruscamente, para luego doblar mi cuerpo sobre la mesa y atacar mi cuello con sus labios—. Perdóname.

Trazó un fino camino de besos por mi cuello, lamiendo y mordiendo mi piel a su vez. Separó mis piernas con su rodilla y una de sus manos se deslizó por mi muslo, levantando la falda y tocando descaradamente mi piel. No encontraba qué hacer o qué decirle. No sé si se era el alcohol que se encontraba en mi sistema que sus atenciones en mi piel se estaban convirtiendo en fuego por dónde sea que pasara.

Por un momento me olvidé en el lugar en el que me encontraba y me permití sentir. Moví la cadera contra él, rozando mi trasero con su prominente erección. Aquellos gemidos dejaron mis labios, a la par que sus dedos se deslizaban peligrosamente entre el medio de mis piernas y se perdían en un punto muy sensible. Esa mordida en el lobulo de mi oreja, puso mi piel a arder de deseo. Ningún hombre nunca me había tocado de esta manera, aunque una parte de mí me decía que estaba muy mal sentirme de esta forma.

—¿Interrumpo? — el aire caliente y sensual se cortó en el aire con esa voz tan neutra que se oyó a nuestra espalda, más no pude ver de quién se trataba porque Wesley cubría todo mi campo de visión con su cuerpo.

—¿Tú qué crees, imbécil? — le respondió Wesley, respirando acelerado contra mi cuello—. Lárgate.

—Vas a tener que jugar otro día con la linda perrita que tienes debajo tuyo, ahora te necesito.

—¿No puede ser en otro momento? — sin importar que nos estuvieran viendo, seguía jugando maliciosamente con sus dedos en mi vagina—. Estoy ocupado.

—No me hagas sacarte a patadas y cogerme a tu perra por ti, Wesley. No estoy de humor. Te necesito al frente del negocio ahora mismo. No me hagas regresar por ti de nuevo — salió, dando un fuerte portazo detrás de sí.

—¿Qué demonios te pasa? — me lo quité de encima y lo abofetee tan fuerte que mi mano dolió—. Que sea la última vez que me tocas, hijo de puta.

—Lo siento, de verdad no quise hacerlo... — se arregló la ropa y su prominente erección—. No vuelvas a venir nunca más a este club. Yo te buscaré cuando haya pasado el peligro. Deja de investigarlo —salió, dejándome con cientos de preguntas atrapadas en la garganta.

Venganza[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora