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La sostuve por la cintura a modo que no fuera a caerse, pues se ve débil y un poco más delgada de lo que recuerdo. Ese sentimiento de culpabilidad se instaló en mi pecho al verla tan frágil y quebrada frente a mis ojos. Me había demostrado ser una mujer fuerte, orgullosa y que no se rendía ante nada, pero ahora mismo luce como una palomita en pésimas condiciones. Si hay alguien que comprenda el infierno que se vive con ese infeliz, esa soy yo, porque también lo viví en carne propia hace muchos años atrás.

—Vámonos antes que... — la voz de Tao quedó silenciada tras el disparo que resonó en mi oído—. ¡Maldición!

—Tranquila, palomita, él está con nosotros — quise sonar seria, pero no pude evitar reírme mientras Tao exclamaba no sé qué cosas en su lengua.

—¿Estás segura que se puede confiar en él, Tami? ¡Es uno de ellos!

—Sí, podemos confiar en el asiático cara de enfermo, te doy mi palabra. Pero debes guardar tus energías, belleza. Ahora mismo debemos irnos antes que los demás guardaespaldas vengan a dejarnos peor que un colador.

—El helicóptero está por descender, ¡no tenemos tiempo que perder! — gruñó Tao, presionando su brazo izquierdo.

—Fue solo un roce, no seas tan nena — rodeé la cintura de Natalie y la ayudé a caminar fuera de la mansión.

—No me siento bien, Tami.

—Respira hondo, no puedes desmayarte ahora. Haz un último esfuerzo, Nat.

—Quiero vomitar.

—Tragatelo, mi reina, ahora no podemos hacer paradas de emergencia — fruncí el ceño—. ¿Qué demonios te pasa?

—Hoy amanecí muy enferma, no sé qué me pasa...

—Trata de hacer respiraciones lentas. ¿No pudiste enfermar en peor momento? — bufé—. O, ¿es que ese perro te ha estado drogando? 

—No sé...

—Tomás te revisará una vez lleguemos a casa.

Se veía cada segundo más débil. Casi no podía caminar y mantenerse erguida, tropezaba con sus propios pies en cada paso. La empujé hasta que dos de mis hombres la tomaron en brazos y la llevaron sorteando árboles hasta donde el helicóptero se encontraba, más no contábamos con que seríamos recibidos a balazos.

—¡Llévatela, yo me hago cargo de estos hijos de puta!

—¡Estás herido, idiota!

—¡Solo llévatela, no me lleves la contraria justo ahora! — desenfundó su ametralladora, reventándola en los cuerpos de los hombres con precisión—. ¡Vete!

Gruñí para mis adentros, subiendo a Natalie que lucía más allá que acá al helicóptero. No me gusta dejar uno de los míos atrás, pero sé que el idiota asiático podrá defenderse por su cuenta, basta con ver en la forma en la que dispara a diestra y siniestra con gran experiencia. No ha fallado ni un solo tiro, y eso que está herido de su brazo izquierdo.

En el mismo instante en el que el helicóptero se elevó al cielo, las detonaciones se desataron en el aire. En ese momento solo pude pensar en cubrir a Natalie con mi cuerpo. Estando en el cielo, vi como Tao y sus hombres hacían valer su buen nombre de tiranos.

—Vayan por ellos — di la orden por la radio, antes de que ese suspiro cansado se aflojara de mis labios—. Qué día...

—Wesley... — la escuché decir entre su atontamiento, y la presión en el pecho no se hizo esperar.

—¿Qué fue lo que te hizo ese perro asqueroso, palomita? — acaricié su cabello con suavidad, pensando a la vez en Wes y en el estado en el que debe estar.

Si Natalie, que se supone estaba representando el lugar de su mujer, se encuentra en estas condiciones tan vulnerables y precarias, no quiero ni imaginar cómo debe estar mi hermano. Necesito encontrarlo, así sea lo último que haga en mi vida. Necesito rescatarlo así como el me salvó una vez a mí de morir.

Llegamos a la casa de seguridad de Tao, muy lejos del lugar en el que ella se encontraba. Tan pronto la bajamos del helicóptero, Tomás se encargó de atenderla y suministrarle suero, ya que estaba sumamente deshidratada. Se ve realmente mal, no sé qué pudo haber pasado este mes en manos de ese hombre como para que esté en estas condiciones, pero de él cualquier cosa se puede esperar.

—Le haré algunas pruebas de sangre para saber si tiene alguna sustancia extraña en su sistema.

—Haz todo lo que sea necesario, pero ayúdala.

—Por supuesto — sacó varias muestras de sangre, y se marchó con rapidez.

Quité su ropa y limpié toda esa sangre que no era suya, pero que cubría su cuerpo. En otro momento hubiera sido un deleite y una exquisitez ver su desnudez; no obstante, fueron esas marcas y moretones en su linda y blanca piel lo que me hizo pensar en que esto no es más que una repetición de sucesos. No sé qué tipo de obsesión enfermiza tenga Royce, pero estos golpes y esas marcas que la hacen ver como si fuera de su propiedad, son las mismas que tenía Abigail cuando estaba junto a él. Y, curiosamente, ellas dos son las únicas, entre tantas que ha usado a su antojo, que las ha marcado de esta forma tan narcisista; usando su nombre sobre ellas.

Venganza[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora