Cercanía

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En una mínima fracción de segundo me vi en el lugar de aquellas jovencitas, atravesando ese mismo dolor y miedo que muestran sus ojitos apagados. El corazón lo sentía cada vez más chiquito dentro de mi pecho, sentía que en cualquier momento estallaría en llanto junto a la pequeña niña que se encontraba recostada sobre el pecho de una chica un poco más grande que ella. No voy a dejar de preguntarme cómo es que estas niñas caen en manos de los criminales.

—Perfecto. Nos vamos — di la orden, necesitaba salir de ese lugar cuanto antes.

—¿A dónde nos vamos?

—Hablaba con mis hombres. Vine exclusivamente por ellas, no por otra cosa.

—Eres muy interesante — cerró la puerta del auto y volvió a poner el seguro—. Ya que estarás en el lugar de tu padre muy pronto, ¿por qué mejor no nos conocemos un poco más?

—No me interesa conocer a nadie — sonreí ladeado, y se me quedó viendo fijamente sin parpadear.

—Eres un hueso duro de roer, ¿eh? Me gusta, haces que sea mucho más interesante — negó con la cabeza, soltando una risita que no comprendí en lo absoluto—. Espero verte muy pronto, muñeca.

—Tendrás noticias de mí, no lo dudes — le tiré un guiño y subí en la camioneta.

Minutos después llegó uno de los hombres de seguridad de Wesley y nos marchamos con las chicas bajo la atenta mirada de Royce. Solo ahí fue cuando pude respirar aliviada, disipando un poco el nudo que en mi garganta se había formado. Haberme hecho pasar por la hija de Franco Dupont fue el mejor plan de Wesley, pues si no hubiera sido de esa forma, estas pequeñas hubiesen tenido otro destino que no me quiero ni imaginar.

Abrí la puerta que separaba los asientos de adelante con la parte de atrás y todas se arrinconaron en una esquina. El miedo que sienten me traspasa la carne.

—Tranquilas, no les voy a hacer daño — quise acercarme a una de ellas para soltarla, pero se alejó sollozando—. Solo las quiero liberar de esas cuerdas. Confíen en mí, ¿sí?

Fue la pequeña niña quien asintió con la cabeza y me pude acercar para liberarla. Las cuerdas estaban marcadas en sus muñecas, lastimando su piel. Las ganas de llorar fueron fuertes, me avasallaron de un segundo para el otro. Pensé en mi hermana, en lo que vivió en manos de ese hombre y todo dolor se agudizó en mi corazón. Ya no podía contener el cumulo de emociones que estaba soportando hace unos minutos atrás, pero ahora sí podía soltar ese nudo tan doloroso y ardiente que comprimía mi pecho cada vez más fuerte.

Todas se dejaron liberar de las cuerdas y las mordazas, pero aun se veían renuentes a que me acercara a ellas, por lo que les di su espacio y volví a mi lugar. Aunque sentía dolor y mucha rabia por dentro, otra parte de mí se sintió satisfecha porque nuestro plan salió como lo esperábamos.

Luego de varias horas, llegamos a una casa alejada de Las Vegas dónde Tami ya se encontraba esperándonos. Ella es la encargada de darles una nueva identidad y vida a las mujeres que logran liberar.

—¿Cómo fue todo, palomita? — me preguntó una vez me abrió la puerta y me ayudó a bajar de la camioneta—. Estaba preocupada por ti.

La miré extrañada, pero no pude negarle a ella lo mucho que me afectó estar frente a Royce y quedarme de brazos cruzados. Incluso haber tenido que coquetearle fue lo más asqueroso que he hecho en mi vida.

—Pronto tendrás la oportunidad de acabar con ese hijo de puta — me acercó a su cuerpo en un cálido abrazo.

Tami se encargó de las niñas y les aseguró que junto a ella estarían a salvo. Les habló con tal dulzura, que no podía creer que se tratara de la misma mujer que es una bestia para pelear y un verdadero dolor de cabeza todos los días con su sarcasmo. Le ayudé a acomodarlas en sus respectivas habitaciones y darles ropa decente para que pudieran pasar una noche en calma.

—Gracias por ayudarnos a salir de las manos de ese monstruo — me dijo la pequeña antes que saliera de la habitación.

—No tienes nada que agradecerme. Lo hice con el mayor de los gustos y porque nadie merece vivir algo tan horrible como eso. Descansa y olvídate un ratito de eso, ¿sí?

—Sí...

Es la más pequeña de todas, debe tener unos trece o catorce años por mucho. ¿Cómo no sentir rabia, dolor y tristeza por el hecho de que es una niña que, en lugar de estar aquí, debería estar con sus padres y viviendo algo muy diferente a esto? No quiero ni imaginar cómo fue que la arrebataron de su hogar.

Salí de la habitación con un nudo inmenso en la garganta que no me permitía respirar. Es tan atroz lo que hace Royce y, aunque Wesley no haga parte de esos hombres enfermos y depravados, no deja de molestarme que tenga que fingir para poder rescatarlas.

—Hey, Nat — me estrellé contra su pecho sin darme cuenta, pues las lágrimas no me permitieron ver el camino con claridad—. ¿Estás bien? ¿Pasó algo?

—Es horrible lo que hacen con esas pequeñas niñas inocentes. Dime, ¿por qué lo hacen? ¿Verdaderamente es por dinero o porque la depravación les genera placer?

—No podría responder esa pregunta nunca, porque no sé qué de atractivo le ven a eso que hacen — me engulló entre sus brazos, acercándome aún más a su pecho—. Sé que no hacemos la diferencia entre tantas niñas que pasan incluso peores cosas que ellas, pero al menos logramos salvar a unas cuantas y darles lo que la maldad les robó sin piedad —me tomó suavemente de la barbilla y levantó mi rostro, quedando muy cerca de mí—. Muchas gracias por ayudarme a salvarlas, sin ti hubiera sido todo más complicado y me atrevo a decir que no lo hubiera logrado. Estuviste realmente maravillosa, Nat —sus labios estaban a centímetros de los míos, por esa misma razón no me atreví a moverme ni un poco.

No sé si es la cercanía que hay entre los dos en este momento tan corta o las palabras que me ha dicho, pero mi corazón se saltó varios latidos. Wesley tiene el poder en sus palabras y en cada una de sus acciones, pues fácilmente tiendo a caer en el efecto de ellas.

Venganza[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora