Azúcar en vena.

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Greco Rodríguez.

Hacía unas semanas le habían concedido el derecho de patrullar junto a algún agente y Greco apenas podía caber en si mismo. Conway le había prohibido asistir a los códigos 3 y resto de actividades peligrosas, pero por lo menos podía volver al ruedo después de cuatro meses.
Con ayuda de Horacio, que era capaz de manejar la pistola con ambas manos, había empezado a practicar en sus ratos libres a disparar con la izquierda, ya que su mano diestra aún presentaba algún temblor. L.J y el fisio muchas veces le habían dicho que el temblor simplemente era un signo de que el nervio de su mano aun estaba en proceso de cura y que el hecho de cada vez temblar menos veces indicaba una buena recuperación, pero aún así le animaron a tratar de aprender a manejar el arma con izquierda por si se encontraba con una situación difícil y su mano temblaba.
En cuanto a su pulmón, sabía perfectamente que tendría mas trabajo por lo que trataba de correr un par de minutos dos veces al día, asegurándose que este se habituaba a su vuelta al trabajo.
Los primeros días patrullaba con Volkov la mayoría del tiempo hasta la comida, donde recogía a L.J para comer juntos en el Pier, pero desde hacia dos semanas él y Gustabo se habían quedado juntos en aquella tarea.
La boda Volkacio se acercaba y eso indicaba que el comisario ruso y el inspector de cresta usaban cada rato para poder organizarla y que llegado dicho día en noviembre todo saliera a la perfección. Los demás se mantenían al margen ya que Volkov era un puto maniático con los detalles, para su sorpresa. Él único que podía involucrarse sin recibir una mirada asesina era Conway, que daba su visto bueno o rechazaba ciertas propuestas diciendo si eran lo suficientemente buenas para una boda de su familia, surreal.

A principios de agosto había sido su cumpleaños, y un poco sensible de más había celebrado la llegada de sus treinta años. Se sentía feliz de vivir y poder compartir su tiempo con la gente que quería, pero cumplir treinta le dejaba con el regusto en la boca de que tenía muchas cosas pendientes que ni él sabía identificar.

-Se te nota sombrío Barbas, ¿estás en la crisis de los treinta o que?- Espetó Gustabo conduciendo el patrulla a su lado con su típica sonrisa pérfida. Él le lanzó una mirada de advertencia recolocando sus pistoleras que hizo reír al rubio.- Bueno, no te pongas así hombre, si yo lo decía por ayudarte. Joder, como se nota que Morgan no te folla.- Repuso el chico balbuceando lo último para si mismo.

-Te recuerdo que soy tu superior.-Se impuso enfadado mirando de nuevo a la carretera mientras Gus asentía mordiéndose la lengua.- No tengo ninguna crisis, solo me siento estancado, como que falta algo.-Confesó tras unos minutos, arrepintiéndose de ser tan severo con su amigo y compañero.

-Hostias, si tu te sientes estancado como me debería sentir yo. Eres comisario, tienes una novia que es una tía de puta madre y un sueldo que te cagas, ¿qué te falta? ¿El chalet con piscina, la boda y niños corriendo a tu alrededor o qué?-Bromeó el de ojos azules tocando la fibra sensible del barbudo que se mantuvo callado. Sorprendido, Gustabo dió un frenazo y se desvió sobresaltándole para aparcar de mala manera junto a los Canales.- ¡No me jodas que es eso!-Gritó girándose hacía el comisario que lo miraba con los ojos saliéndose de sus cuencas.

-Por tus muertos Gustabo, ¡¿quién coño te ha enseñado a conducir así?!

-El Papu, pero aquí lo importante no es eso. Barbas, a mi no me engañas, ¿enserio te planteas lo de casarte con Morgan?-Insistió mirándole con la sonrisa traviesa y los ojos azules penetrándole el alma.

Greco no se podía mentir a si mismo. Se lo planteaba desde el momento en que despertó en aquella habitación del hospital meses atrás. La idea ganó fuerza cuando la morena estuvo a su lado durante su recuperación en Paleto, y cuando acompañó a Volkov a Vangelico poco le faltó para buscar un anillo en ese mismo instante, pero aquellas veces su lado racional le había instado calma. Ahora, por el contrario llevaba dos semanas que cada vez que pasaba por Vangelico al ir al trabajo se paraba a mirar el escaparate, pero nunca se decidía si entrar, porque aunque lo tenía claro le aterrorizaba la respuesta de L.J.
Pero no lo contaría esto a nadie todavía.

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