Él único que me rompe así.

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L.J Morgan

Como cualquier otra noche de la semana Morgan trabajaba en el hospital.
Por alguna razón el día había sido lo suficientemente tranquilo para que pudiera ponerse a revisar, ordenar y redactar los informes que tenía atrasados.
Margaret, la mujer que trataba de fibrosis quística pulmonar, había pasado para hacerse una revisión rutinaria y de paso pedirle permiso para viajar con su marido a Tailandia. Comprobando que en efecto el tratamiento no solo había frenado la aparición de nuevos quites si no también que había reducido el tamaño de los ya presentes le dió el visto bueno.

-Ya verás cuando se lo diga a mi Robert, muchas gracias doctora.- Había chillado de felicidad la mujer de cabellos castaños rizados para luego abrazarla.

Desde la puerta del consultorio observó como la mencionada salía feliz como una niña hasta su marido para darle un pasional beso y la buena noticia. Juntos se marcharon del hospital como una pareja de adolescentes.
Muchas veces cuando veía ese tipo de situaciones en el hospital no dejaba de pensar en Viktor y Horacio, que cada día avanzaban más en su relación, para luego irremediablemente recordar al comisario de barba.
Echaba de menos a Greco como nadie se imaginaba. Todos los días se permitía pensar en él unos minutos, deseando que le fuera lo mejor posible, por mucho que le doliera no verle.
Por mucho que quisiera, no podía odiar al hombre que por unos cortos meses había convertido su monocromática vida en una llena de color y sentimientos por descubrir.

Lanzando el vaso de papel vacío a la basura y apurando la última calada de su cigarrillo resguardada en el porche trasero del hospital se permitió observar los relámpagos caer sobre la ciudad.
Ese cielo describía perfectamente como se sentía en esos momentos de soledad, sin trabajo que hacer.
Entrando de nuevo al hospital se fue al baño para lavarse las manos a conciencia para luego meter en su boca un caramelo de eucalipto, no quería que sus pacientes tuvieran que aguantar el olor tabaco.
Caminaba por los pasillos blancos, asegurándose de que los pacientes de la planta de neumología estuvieran bien, para luego regresar a la zona de urgencias donde tenía la guardia nocturna.
Apenas había dos pacientes en los boxes siendo atendidos por dos residentes, no eran cosas graves.
Cogió un informe de evaluación y comenzó a anotar la información sobre la zona de urgencias aquella noche, anotando las horas también, para hacer un balance global en la próxima junta del hospital.

De pronto a sus espaldas frenéticas voces y gritos se hicieron presentes. Soltando la carpeta corrió hacia la entrada, donde varios policias vestidos de Geos entraban a tropel llevando en brazos a compañeros. Su corazón dió un fuerte latido antes de paralizarse, al oír voces muy familiares.
Frente a ella, Conway, Gustabo y un histérico Horacio entraron entre gritos, llevando en brazos a un inconsciente Greco. Quería vomitar de pura ansiedad.
El tiempo se ralentizó mientras los observaba dejar al comisario en una camilla, para que luego el superintendente comenzase a gritar por un médico urgentemente.

-¡Que alguien atienda a mi comisario!- Gritaba el de pelo cano con la rabia marcada en sus facciones.

Unos residentes inmediatamente atendieron su pedido y tiraron de la camilla hacía los boxes de urgencias graves, perdiendoles de vista unos segundos.
Sintiendo la adrenalina correr por sus venas corrió hacía el lugar, cogiendo unos guantes para enfundarselos a toda velocidad.
Caminaba decidida, recibiendo de pronto la mirada de los tres hombres sobre ella en cuanto estuvo al lado de camilla del moreno.

-Informe, ya.- Ladró para los EMS comenzando a evaluar visualmente las heridas.

El rostro de Greco estaba pálido como no lo había visto nunca, de su boca escapaba un hilo de sangre, tenía el pelo empapado y algunas manchas de tierra en su cara. Pero lo peor eran las dos heridas de bala en el pecho, casi con verlas podía asegurar que alguna había penetrado en su pulmón.

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