Modo automático.

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Lara Jin Morgan, Doctora y cirujana junior del Pillbox Hospital de los Santos, 25 años. Una mujer al borde del colapso físico.

L.J llevaba un turno de aproximadamente veinticinco horas, quince cafés aguados de la máquina del área de descanso y cinco intervenciones quirúrgicas.

-Has pensado en, no sé, hacer cosas que hace la gente normal, como por ejemplo ¿dormir?- Cuestionó la EMS Isabella observando a su compañera mirar totalmente ida el informe sobre la mesa del área de descanso.

Al instante L.J volvió de su mundo para pestañear y observar a la rubia latina con una sonrisa cansada.

-Siento que si me voy ahora a casa, en cuanto pise la cama Lara me va a llamar para alguna emergencia.- Respondió frotándose los ojos.- Mejor me ahorro el viaje, la gasolina y las ganas de morirme.

Isabella no pudo evitar reir por su respuesta antes acercarse y colocar su mano en el hombro de su compañera de rizos negros.

-Lara está fuera de servicio, hablaré con Jordi para que te mande a casa. Son las cinco de la mañana no creo que haya mucha movida.- Repuso la rubia antes de salir para hablar por radio con el subdirector.

Morgan llevaba las últimas diez horas en modo automático, atendiendo emergencias leves como un robot. Le encantaba su trabajo, pero a veces se dejaba utilizar por Lara y hacía turnos que prácticamente nadie aparte de Jordi hacía, y cuando se iba a casa a dormir a las dos horas Lara la estaba llamando por algo urgente. No recordaba ni cuando había sido la última vez que había salido de servicio para salir de fiesta, pasear o incluso conocer la ciudad, pero estaba segura que desde que había llegado a los Santos no había hecho más que el camino de casa al hospital y a la inversa.
Suspiró con cansancio intentando no pensar mucho en ello cuando Isa volvió para quitarle el informe y tirar de ella para que se levantase.

-Jordi dice que te vayas, que hablará con Lara y que te tomes hasta el domingo libre.- Dijo Isabella con una enorme sonrisa tirando de ella hacía el vestuario.- También le he oído murmurar que Lara es una explotadora, pero de eso tú no sabes nada eh.

No pudo evitar reírse, vaya que si Lara era una explotadora, pero ella no podía hacer absolutamente nada a menos que quisiera ser despedida de su primer puesto de trabajo fijo.

Cambiándose lo más rápido que pudo se largó casi corriendo hacía el ordenador de empleados para registrar su salida de servicio. Llevaba desde la madrugada de miércoles allí encerrada.
Alzó su vista al cerrar la aplicación para fichar encontrándose con Isabella corriendo hacía un sujeto de piel morena  que era llevado en brazos por otro blanco con un acento muy peculiar.

-A ver neno, le dió un bajón de tensión. Una cocacola y a casa de puto una.- Repuso el de piel pálida dejando al moreno en una silla.- Gines neno, di algo.

Isabella suspiró y procedió a intentar despertar al chico de la silla mientras el otro no dejaba de hablar.

Ella por su parte, se rió por lo bajo antes de despedirse de Isa con un asentimiento mientras caminaba hacía la salida.

El frío de la mañana junto los primeros rayos de sol la recibieron al salir por la puerta trasera del hospital al garaje de empleados. Casi gritó de emoción al ver su BMW M3 color lavanda esperándola para irse a casa al fin.
Se montó en el vehículo lanzando su mochila en el asiento trasero y prendió la radio, que empezaba a transmitir las noticias del día, poniéndose en marcha hacía Vespucci Beach.

En el camino no pudo evitar fijarse en un Porsche 911 negro con una línea blanca central y babear , pero por desgracia el coche iba en el sentido contrario al suyo y pronto lo perdió de vista.
Si ella tuviera ese coche en su poder probablemente lo tendría en su garaje en un altar como una pieza de arte.

Tras unos minutos pudo ver las casas del paseo de Vespucci frente a ella y giró para aparcar  el coche en la parte trasera de la única casa naranja de palmeras. En aquel lugar la gran mayoría de gente había construido casas de estilo moderno y frías a pie de playa, mientras que la que ella había alquilado era una casita de dos plantas cálida y veraniega, con balcones de madera y ventanales con preciosas celosías. ¿Lo más sorprendente? Era la más barata y la única libre en todo Vespucci.

Notando que las últimas gotas de energía de su cuerpo serían utilizadas para llegar hasta la puerta de su casa salió del vehículo despacio soltando un ruidoso bostezo.
Cogió sus llaves y comenzó a dar la vuelta hacía la puerta delantera y observó a un hombre de cresta y cascos pasear con correa a un cerdo pequeño con manchas. La gente en esta ciudad era como mínimo curiosa.

Nada mas entrar en su hogar inspiró hondo con un placer inmenso y casi corrió escaleras arriba hacia su cuarto. Tiró su ropa encima del sillón de su tocador y quedando solo en camiseta y bragas se lanzó a su cama cubriéndose rápidamente con el edredón.
Apenas en medio minuto estaba totalmente dormida, demostrando cuan cansada quedó de aquella guardia de veinticinco horas.

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14:15, Jueves.

El sonido de un vehículo en el paseo delante de su casa la despertó de su profundo sueño. En cuanto cogió su teléfono sin todavía salir de la cama y miró la hora se sintió mal por haber dormido hasta tan tarde.
Perezosamente cogió las gafas de sol de su mesilla de noche y se las puso, la claridad cuando se levantaba la molestaba hasta el punto de irritarla jodiendole el día.
Se levantó de la cama para irse al baño, como tenía varios días libres se tomaría las cosas con calma y disfrutaría de aquellas mini vacaciones que sabían a gloria. Abrió el grifo de la ducha, lavó su pelo y su cuerpo tomándose su tiempo para salir de allí.
Una vez seca cogió unos vaqueros grises bastante rotos, una camiseta negra cualquiera y sus vans para vestirse observando por la rejilla de sus cortinas como la playa parecía llena de personas ante el día tan soleado y maravilloso.
Luego cepilló sus rizos y los arregló con espuma dejando que estos secaran al aire mientras se aplicaba un poco de eyeliner y rímel que disimulaban su cara de querer morirse.
Lista para él día cogió su chaqueta negra de falso cuero, las llaves, su tabaco y la cartera, tenía planeado desayunar en el cafe del Pier, el resto sería improvisar según la marcha.

Mientras caminaba hacía el muelle del Pier que estaba cerca de su casa contempló el mar tras sus gafas, si mañana se levantaba temprano tal vez podría pasear por la playa y darse un baño.
Cuando llegó a la cafetería se sentó en una de las mesas de la terraza, protegida por una sombrilla y con la mirada en el mar, pidió un café y unos gofres ante la sorpresa del camarero. Nada más entregarle su pedido ahogó los gofres en sirope de arce soltando un gemido de placer al darles el primer mordisco, seguro volvería por más en otro de sus días libres.

Una rato después cuando solo quedaba su café, se encendió un cigarrillo y escuchó de refilón a dos chavales hablar sobre una tienda de ropa nueva en San Andreas Avenue y pensó que no sería mala idea comprar algo de ropa para el clima casi siempre soleado y cálido de la ciudad.

Caminando hacía la tienda tras ver su ubicación en el Maps pudo disfrutar de la ciudad por un rato, dándose cuenta de que a pesar de que llevaba allí dos meses jamás había aprovechado un día para conocer la ciudad.
Definitivamente ya no estaba en la fría Chicago con un futuro laboral incierto. De hecho podía recordar perfectamente el día en que recibió la propuesta de trabajo en Los Santos, debido a la necesidad de la ciudad de más cirujanos, ofreciéndole un buen sueldo y un trabajo fijo.
Si pensaba positivamente aquella era una oportunidad para tener un hogar permanente y hacer amigos duraderos. Por mucho que su primer encuentro con la policía hubiera sido un completo y absoluto desastre.

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