Punto y aparte.

41 6 17
                                    

L.J Morgan

El fuerte zumbido de su teléfono sobre la mesilla de noche la despertó agitada. Sin si quiera mirar la pantalla cogió el teléfono, sentándose en la cama lo más rápido posible.

-Morgan.

-Morgan, soy Jordi, necesito que vengas al hospital urgentemente, tenemos un agente del CNP con dos heridas de bala en el lado derecho y un chico que de puto milagro está vivo, tampoco he conseguido contactar con Lara.- Explicó su superior, poniéndola alerta al instante nada más oír "CNP".

-Diez minutos.- Exclamó colgando el teléfono a toda velocidad.

Su cabeza trabajaba tan rápido que ni se molestó en mirar la hora, simplemente se vistió en segundos, atando su cabello rizado mientras bajaba las escaleras al piso inferior.
Tras coger las llaves, el móvil y su acreditación corrió fuera de su hogar, donde la esperaba su vehículo.
Nunca en su vida había conseguido llegar al hospital tan rápido como aquella madrugada, de hecho estaba segura de que la ciudad había puesto de su parte para que no hubiera tráfico.
Aparcando en la parte de personal, bajó del vehículo, entrando por la puerta del mismo parking.
En la sala de descanso al lado del vestuario ya la esperaban los celadores para guiarla hasta el quirófano. Respirando profundamente se cambió al uniforme de cirujana color azul, para que más adelante en la sala de desinfección del hospital la ayudasen a enfundarse los guantes y la bata de cuerpo completo también azul.
Frente a ella un equipo de cuatro EMS más la esperaban, controlando las constantes vitales de un hombre que reconoció como el agente Vega. Tragando el exceso de saliva que produjo su boca debido a los nervios asintió bajo la mascarilla quirúrgica, comenzando la intervención.
Afortunadamente para el oficial una de las balas se había quedado atascada en los músculos del costado, causando un leve desgarre y un sangrado, pero nada letal. Mientras que la otra bala, que si había llegado más profundo había destrozado dos costillas y dañando ligeramente el pulmón derecho.
Con máximo cuidado retiró ambas balas, dando preferencia a la herida más grave, que si sus cálculo no eran erróneos tardaría aproximadamente tres o cuatro meses en curar completamente, pero con ligeras molestias respiratorias durante más tiempo.
Gracias al buen equipo que la acompañaba en la intervención apenas tardó una hora en reparar el daño en el pulmón y suturar el agujero de bala, trabajando siempre con rapidez pero eficacia.
Tras comprobar de nuevo el estado de los tendones y músculos del otro disparo, indicó que le inyectaran epoetina alfa y un antiinflamatorio de corticoides, para asegurar que tras coser la herida los músculos se regenerasen completamente.
Tal y como le habían enseñado en los hospitales donde había hecho la residencia de cirugía esperó diez minutos en quirófano al terminar la intervención para asegurarse de que mantenía sus constantes vitales en niveles normales y que no hubiera ningún problema inesperado.
Pasados estos dió la orden de trasladar al paciente a observación de postoperatorio, para luego salir hacía la zona de esterilización, soltando todo el aire a tropel.
Estar en quirófano era casi como estar en otro mundo, ser otra Morgan. Sólo existía una cosa, salvar al paciente trabajando  rápido y bien. Allí no había tiempo para distracciones ni dramas personales.
Pero una vez ponía un pie fuera su mente volvía a llenarse de pensamientos tristes, inseguridades y reproches.
Solían decir que ese don para desconectar durante una intervención sin dejar nada influir era un regalo, un don, pero cuando esta finalizaba y todo volvía de golpe era como caer contra un suelo de hormigón armado.
Consciente de que había hecho un buen trabajo se permitió apoyarse sobre la pared de la planta de quirófanos, esperando alguna seña de que Jordi también había acabado con su trabajo de manera exitosa, pero no fue así.
Su jefe, un castaño de unos cuarenta, con  arrugas a cada lado de su rostro por sonreír, atravesó las puertas dobles con un golpe, arrojando la gorrilla azul, que evitaba que su pelo cayera durante una intervención, al suelo con rabia. Detrás de él, varios médicos murmuraban con el gesto triste sin dejar de mirar la puerta del quirófano 3, de dónde salió una camilla con un cuerpo cubierto por una sábana blanca.
Su corazón la animó a correr tras su superior para calmarlo, pero su sexto sentido se lo impidió, recordándole que debía darle su espacio para recuperarse de la pérdida de su paciente.
Queriendo olvidarse de todo lo que había ocurrido en escasas horas y lo de la semana anterior caminó hacía el vestuario, vistiendo su ropa habitual de trabajo. Si trabajaba no tendría que lidiar con su cabeza y sus emociones por bastantes horas.

Remedy Donde viven las historias. Descúbrelo ahora