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31: Olivia - Natalia Lacunza

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Si alguna vez había pensado en su muerte, jamás se hacía a la idea que llegaría a ser de aquella forma. Imaginaba fallecer dormida, quizá, o rodeada de sus seres queridos mientras ella reposaba en la cama. Ahora todas esas ideas ya solo eran simples recuerdos, porque sí, Olivia pensaba que iban a matarla tarde o temprano por los golpes. No resistiría mucho más si continuaban torturándola todos los días, llegando a partirle huesos, haciéndola perder la consciencia del dolor.

—Esto te pasa por ser una rebelde —musitaba uno de los guardias una de aquellas veces que habían ido a torturarla, lanzándole un puñetazo que la mandó al fondo de la celda.

Su cuerpo ya casi no se podía mantener en pie, sentía la boca con sabor a sangre, así que solo se quedó en el suelo, con las manos apoyadas allí, dejando su cabeza reposar. Sabía que su imagen en ese instante era más que deplorable, pero no le importaba. Estaba demasiado cansada de tener que pasar por aquello todos los días, pero tampoco iba a dejar que la pisotearan. Su genio todavía seguía presente, así que no tembló ni un poco cuando fue a contestar.

—N-no so-oy rebelde, g-gilipollas —musitó, siendo sus palabras casi inteligibles. Ya estaba harta, lo último que iba a hacer era silenciarse para que aquellos dos engrandecieran su ego. ¿Qué iban a hacer? ¿Acabar con su vida? ¡Aquello le causaría mucho menos dolor que lo que estaban haciendo con ella, dándole palizas todos los días! El miedo se había esfumado de su persona, ahora solo quedaba la ira.

Escuchó cómo el otro guardia caminó hacia ella, agarrándola del cabello hasta levantarla, obligándola a mirarla a los ojos. Olivia quiso soltar un quejido de dolor, pero su pecho no se lo permitía, tampoco su orgullo. Cada movimiento brusco que realizaban con ella era como una tortura, como si le dieran cien palizas a la vez. Aun así, allí seguía, guerrera. Lo miraba desafiante, con asco. Jamás se mostraría a favor de aquellos dos brutos.

—Da gracias que el rey todavía no nos haya dado permiso para otras cosas. Pero, cuando eso suceda, créeme que voy a quitarte esa chulería de la que alardeas, maldita rata. Solo las furcias como tú hacen lo que has intentado, destruir el futuro de una nación —había exclamado, para, después, pegar su boca con fuerza a los labios de la rubia.

Esta, presa de la rabia y del asco, no dudó en sacudirse para liberarse de su contacto. Para su desconcierto, antes de que siquiera pudiera hacer algo, ese malnacido mordió su labio, causando un alarido por su parte y que un reguero de sangre cayera por su barbilla, al reabrir la herida que parecía estar cicatrizando en su boca. Ahora era mucho más profunda, pues había clavado sus dientes con inquina, causando hasta angustia en la rubia. Luego, aquel maldito la dejó caer, sangrando en el suelo del calabozo, para alejarse riendo y cerrar la celda.

Hasta que no los escuchó lejos Olivia no permitió mostrar el estado mental y físico en el que se encontraba. Se quedó allí, tirada en el suelo, donde solo tenía fuerzas para dejar escapar de ella unos pequeños sollozos que sacudían su pecho, causándole dolor. No iba a poder más con todo aquello, no sabía hasta dónde iba a llegar su cuerpo. El hambre y la sed también hacían mella en ella, debilitándola, haciéndola sentir mareada a cada paso que daba. Estaba demasiado cansada de tener que sufrir, pasando por todas las acciones que aquellos dos seres inmundos realizaban en contra de ella. Escuchar aquel "todavía" en la frase del segundo guardia había hecho que su piel se erizara. ¿La violarían?

Pensó en Delian, a quien acababa de ver hacía un tiempo. El príncipe no se encontraba en el mismo estado que ella, cosa que agradecía... pero sabía que la estaban torturando para conseguir que él aceptara el matrimonio. A veces, los golpes no era lo que más dolía y Barcon sabía jugar a la perfección con esto. Lo hacía porque él la amaba, ¿y ella tenía que ser víctima de su estúpida venganza? Aquel juego arcaico le pareció cruel e inquino.