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32: The Night We Met - Lord Huron

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Una de las cosas que la escritora más detestaba de estar todavía en aquella recámara tan extraña era el hecho de no tener ventanas. De esa forma, nunca sabía si era de noche o de día, haciéndola pasar cada vez más lento el tiempo, pues perdía la noción de este. Se sentía perdida, aunque, por suerte, siempre estaba ahí Samka en sus visitas para poder avisarle de en qué momento del día se encontraba. Fue así la única forma en la que Olivia seguía siendo capaz de distinguir el día de la noche, sin siquiera verlos.

La desesperación parecía corromperle a medida que pasaba el tiempo. Varias veces había tenido que controlar su respiración para no llegar a un ataque de ansiedad, estar encerrada tanto tiempo le estaba causando estragos demasiado dolorosos. Siempre estaba pensando en cómo escapar de allí y colarse en la habitación de Delian, aunque esta también estuviera vigilada por guardias. Pero eran demasiado cautos cerrando la habitación por fuera, dejándola sin poder siquiera intentar el salir de allí. Por desgracia, aquellos desgraciados eran más listos de lo que a ella le hubiese gustado, no encontraba ni una sola posibilidad de huida teniendo a aquellos señores delante de su puerta todo el día.

Por otro lado, había dicho a Xensa que no deseaba tomar más eso que el médico le había indicado para la noche. Ella deseaba ser consciente de todo y poder pensar cada segundo, aunque esto la llevara a una especie de ciclo donde abundaba la desesperación. Ahora ya se encontraba mejor físicamente y, aunque fue algo más que horrible, prefería soportarlo a tener que vivir ese estado de nada que le provocaba el calmante suministrado. El día siguiente era horrible, la invadían las náuseas y los mareos. Al final, eran drogas lo que le era suministrado en forma de medicina, por lo que con ellas llevaban efectos secundarios que provocaban demasiado malestar.

—¿Cuánto tiempo crees que me tendrán así? ¿Será para toda la eternidad? —musitó Olivia, en una de aquellas veces donde la mujer le llevaba la cena— ¿Y Delian, se sabe algo de él? —estaba desesperada por encontrar una salida y poder respirar aire fresco. Necesitaba ver a su amado, hablar con él y saber que estaba bien. Todos los días preguntaba por si sabían el estado del príncipe y siempre obtenía la misma respuesta:

—Mi niña, no hay noticias del príncipe —respondió Xensa, causando que en la rubia crecieran unas terribles ganas de llorar. La tortura psicológica a la que Barcon la tenía sometida allí era casi peor que la física. Estaba acabando con toda su cordura—. Confío en que pronto te dejarán salir, ya ha pasado algo de tiempo y el rey parece más calmado.

—No va a hacerlo. Va a matarme aquí dentro —exclamó la escritora, segura de cada palabra que pronunció.

—¡No digas eso! —la sirviente se asustó al escucharla decir aquello.

—Lo está haciendo, Xensa. Poco a poco siento dentro de mí cuán poco queda de aquella chica que días atrás fui. Solo tengo ira, rencor y remordimientos. Cada vez me siento más salvaje y menos civilizada. Una parte de mí se ha quedado en ese maldito calabozo —argumentó, sintiendo un nudo terrible en su garganta. Todavía notando la gran pena dentro de su ser, solo suspiró. Estaba perdida.

—Si yo pudiera hacer algo para sacarte de aquí, mi niña... lo he intentado, pero esos guardias no te dejan ni a sol ni a sombra. Además, Barcon me tiene amenazada. Por lo menos estás en mucho mejor estado. Mírate, ya hasta aguantas de pie sin un murmullo de dolor. Eso es sorprendente. Eres una jovencita muy fuerte, Olivia —la exclamación de Xensa la hizo sonreír de forma leve. Sin dudarlo, la rubia se acercó a ella y la abrazó.