Himno Al Sol Parte 52

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Llegamos entre unas rocas, al rededor se escuchaba un murmullo, había más gente.

Noté un lugar de clima desértico y cuando salimos de entre esas rocas que nos tapaban, mi boca quedo abierta de par en par, en cuanto me di cuenta que nos encontrábamos en las bases de las milenarias pirámides de Egipto.

—¿Te gusta el paisaje? —pregunta Aleister

—Es impresionante. — dije mientras mis ojos miraban a todos lados.

El tamaño de semejantes estructuras era abrumador, éramos solo pequeñas hormigas. Ante semejante majestuosidad. Ahora entendía porque la gente atraviesa el mundo solo para verlas. Y el calor era implacable. Tanto como el semblante de los beduinos que viajaban millas sobre sus camellos en una peregrinación, generación tras generación sin cambiar nada de sus hábitos.

—Aquí me trajo mi primer maestro. —dijo Aleister

Nos sentamos en unas rocas que estaban un poco más alejadas, para tener el más completo panorama del lugar. Y me giró para estar justo frente a frente y tomó mi cabeza con ambas manos y se concentró cerrando sus ojos.

—Ahora cierra los tuyos Zara y solo observa. — dijo Aleister

Y me llevó a viajar por los recuerdos de su vida, los incontables lugares en donde estuvo, los siglos que presenció y como vio cambiar el mundo hasta nuestros días.

Podía hasta sentir lo que experimentaba su corazón. Era un anhelo de algo que se sabe que se necesita, pero no se entiende lo que es, hasta que se encuentra. Buscaba a alguien. Buscó por larguísimo tiempo.

Y de todos los rostros de mujeres que vio, de distintas edades y razas, su mundo se detuvo, ese día que me vio pasar por la puerta de su despacho con mi mejilla lastimada. Y supo que su búsqueda había terminado.

Luego sentí y vi todo lo que el pasó, desde que me conoció hasta ese mismísimo instante que estábamos frente a las rocas eternas.

Solo entonces tuve la visión completa de su lucha, sus errores y su dolor. Su alma estaba tan lastimada como la mía, pero su exterior no lo mostraba.

Y las lágrimas de ambos corrieron por nuestras caras, y nuestros corazones estaban unidos hasta en el dolor.

—Mi maestro me dijo ese día, que todo lo que está destinado a ser grande e importante en el mundo, trae consigo una importante cuota de dolor. Todo lo que es fácil y sencillo son como las arenas de este desierto, que a la más leve brisa sale volando y nadie siquiera se percata. ¿Pero ves estas pirámides? — me preguntó

—Si, son enormes y majestuosas. — respondí

—Han estado aquí desde miles de años y lo seguirán estando cuando nuestros cuerpos sean solo polvo. ¿Te imaginas el ingenio y el esfuerzo que se necesitó para poder erigir semejante construcción, en una época en donde solo existía la fuerza del brazo? — me dijo

—No puedo imaginar como lograron hacer esto. — respondí

—Concéntrate Zara, siente las almas de todos los que derramaron su sudor, su sangre y hasta su vida, para colocar cada enorme roca en la posición perfecta. — dijo él y yo lo hice, cerré mis ojos para sentir que percibía mi espíritu

Y se estremeció mi piel, cuando pude escuchar en mi mente lamentos antiguos, de millones de vidas que terminaron antes que las pirámides estuvieran completas. Eran esclavos, capataces y hasta maestros que vivieron solo para que fuera real, el sueño de algún antiguo faraón.

—Este es el mejor ejemplo de que todo lo que dura, lo que la gente admira porque es difícil de lograr, tiene como costo mucho esfuerzo y sufrimiento. La gente que ha vivido aquí desde generaciones, sabe lo que es el dolor y la soledad. Podemos aprender de ellos a sobreponernos. Si luchamos juntos, no habrá nada que no podamos superar Zara.

Eternamente rechazadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora