| Backstory 4: Park Sunghoon |

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"Nothing"

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"Nothing"

Park Sunghoon no tenía a nada ni a nadie. Era así de sencillo y doloroso para él. Nada le pertenecía, y los mismos que decían ser sus relativos eran los que le aseguraban que nada era de su posesión, que no era más que una especie de esclavo para ayudar a su especie a conservarse. El afecto de su familia de acogida era nulo, siempre lo fue, porque le tocó vivir en la desgracia de tener una familia muerta, asesinada por los humanos.

Quienes le adoptaron no necesitaban más hijos. Eran una familia numerosa con siete niños, y él no veía a sus supuestos padres como nada más que un par de desgraciados viciados a la muerte y el poder de adquisición.

Por cada humano muerto que llevaran a organizaciones ilegales que a saber dónde las habían encontrado, se les daba dinero, y tanto ese par se padres como sus siete hijos biológicos amaban al dinero y su nombre más que a su propia vida. Con ello podrían ser felices, podrían huir y librarse de la extinción. Además, esta familia que a Sunghoon no le correspondía tenía varios pactos con organizaciones para conseguir que, de los muertos confiados, se les entregara un porcentaje de su sangre.

Si bien Sunghoon se alimentaba de la sangre de los humanos como todos, creía que aquel era un plan macabro, despiadado e innecesario. Pero se dejó llevar. En algún punto de su vida todo dejó de importarle.

No era más que un adolescente recientemente convertido por personas que ni siquiera eran sus padres, que nació humano y aún así había comenzado a odiar a la especie porque tuvo que aprender a autocomvencerse de que todos eran malos. Su falsa familia no hacía más que repetírselo, día tras día, que ellos eran la especie buena y los humanos solo querían acabar con ellos.

En algún punto de su niñez llegó a pensar que la guerra era normal. Después de todo, ellos tenían que subsistir, pero los humanos también y que los vampiros se bebieran su sangre atacando sus cuellos no era favorecedor. Sin embargo, todo ello ya no pasaba por su mente.

De todo lo que ganaba su familia nada era suyo y nada se le tenía permitido. No era más que una marioneta que utilizaban a su gusto y en contra de los humanos. Él tenía como misión matar a más que nadie o si no, no podría comer. Porque era el adoptado, el perro rescatado de la calle, muerto de hambre y a punto de morir por no ser como ellos aunque sus padres sí hubieran sido esos mismos seres sangrientos.

Convirtieron a Sunghoon en un asesino con sentimientos retenidos que no sabía sacarlos a la luz, que odiaba a los humanos y solo deseaba su extinción. Que los mataba porque no le quedaba otra y prácticamente creció pensando que eso era todo lo que tenía que hacer para vivir.

No pensaba por sí mismo, nunca recibió el cariño de nadie, jamás. Nunca se le permitió hacer algo que no fuera matar o alimentarse, lo cual era un derecho básico de todo ser, como simple recompensa por cumplir su cometido.
Hacía mucho tiempo en sus años de adolescencia que dejó de considerarse humano, vampiro o cualquier ser. Era ya un muerto en vida, literalmente y metafóricamente. Muchas veces ni siquiera se esmeraba en matar bien, esconder las pruebas o hacer las cosas como se le había enseñado, porque comenzaba a creer que su vida no valía nada si no tenía nada ni a nadie.

No era más que eso, un objeto. Una máquina de matar a la que se le arrebató una vida un mínimo de digna, que aunque hubieran estado en guerra, podría haber tenido una familia real que le quisiera como algo más que un buen material para sacar dinero y sangre.

Sunghoon estaba harto. Harto de que aquello fuera así. No podía ni siquiera comportarse como un ser con corazón, porque de todo lo que había hecho y no quería hacer, ya estaba acostumbrado a escenas macabras, indeseadas para los ojos de cualquier persona normal, incluso de su especie.

Quiso hacer dos cosas muy contradictorias; acabar con su propia vida que no tenía sentido ninguno si él mismo no podía controlarla, o acabar con la vida de quienes le rodeaban.
Pero era cobarde. Él mismo lo sabía. No se creía valiente ni tampoco valioso. Habían conseguido convencerle de que su función en el mundo era nula si no se dedicaba a servirle a quienes supuestamente le acogieron caritativamente. Por eso, decidió suicidarse. Coger el camino fácil que mucha gente solía tomar para escapar de los miedos, de la vida que no quería tener... era tan sencillo, tan cómodo.

Y ni eso le dejaron hacer tranquilo. Los vampiros se extinguieron de un día a otro. Los humanos eran billones más, y los habían ido matando uno a uno en silencio hasta que quedaron algunas pocas familias. Entre esas, la suya. Él y sus familiares que nunca lo fueron.
Frustrados quisieron matarse ellos también, pero como siempre, Sunghoon tuvo que tomar la responsabilidad y quisieron asesinarle. Quisieron darle el lujo de morir sin tener ni siquiera que esforzarse.

Pero si algo había sido siempre, eso era terco, y cuando estaba a punto de clavarle su falsa madre una estaca en el corazón, se puso a pensar. Rápidamente decidió huir y se desvaneció. Se dio cuenta en un instante de que no merecía morir por nadie que nunca le había querido, ni mucho menos que una de estas personas lo matara, como si todo aquello hubiese sido su culpa.

Se había escapado de casa solo por eso y ahora estaba solo. Solo en el mundo siendo una amenaza que al mismo tiempo se veía amenazada.

No sabía a dónde había ido porque de repente se le olvidó todo camino tomado y cada ruta posible. Miró a los lados y se vio solo. Escuchó bombas, gritos, de repente todo pareció cobrar color en lo que había sido su gris y monótona vida. Los humanos habían terminado la exterminación como bien se anunció en las noticias de todo el mundo, y aquellas eran las últimas señales de ello. Siempre le parecieron una plaga asquerosa, en parte, porque lo demostraban. Ahora bombardeaban sus propios hogares para asegurarse la muerte de vampiros que solo lograban subsistir.

Una silueta se hizo presente atravesando la arboleda del bosque al que fue, interrumpiéndole. Un chico de ojos rojizos que parecía buscarlo con la mirada.

—Tú —susurró—. Ven conmigo. No estás solo.

...

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